El cardenal norteamericano Robert Francis Prevost fue electo el Papa número 267 de la historia y el primero de esa nacionalidad. El cónclave de 133 cardenales de la Iglesia Católica, entre los que figuraron un paraguayo natural y otro nacionalizado, eligió al sucesor del papa Francisco, el abanderado de la paz y de los humildes, que tanto amó a nuestro país y a cuyo sepelio acudieron numerosos gobernantes de todo el mundo, lo que demostró una vez más la gravitación mundial de la minúscula Ciudad del Vaticano. El catolicismo ya no tiene en el Paraguay un carácter oficial, como antes, pero la Constitución se ocupa de la Iglesia Católica al decir que sus relaciones con el Estado se basan en “la independencia, la cooperación y la autonomía” y, sobre todo, al reconocer su “protagonismo en la formación histórica y cultural de la nación”.
El reconocimiento es comprensible, pues la gran mayoría de los paraguayos profesa dicha religión y tiene entre sus compatriotas a San Roque González de Santa Cruz y a la beata María Felicia Guggiari (Chiquitunga). La festividad de la Virgen de Caacupé, especialmente, es ocasión para que una multitud de fieles escuche homilías que expresan sus propias inquietudes y les instan, al igual que a los gobernantes, a obrar en pro del bien común, generando así una suerte de catarsis colectiva que le hace bien al país. Por eso, el proceso de elección del nuevo Pontífice, como en todo el mundo, ha generado aquí el interés de la gente y se ha recibido con satisfacción el desenlace del cónclave.
El nuevo Pontífice –un miembro de la orden de los agustinos, que eligió llamarse León XIV– fue misionero en el Perú, cuyo Gobierno destacó que “su cercanía con los más necesitados dejó una huella imborrable en el corazón” de los peruanos. Es presumible entonces que, como su antecesor inmediato Francisco, tendrá en cuenta los anhelos no solo espirituales de la feligresía hispanoamericana, ya que no le resultarán extrañas las penurias generadas por la pobreza y la inseguridad reinantes en buena parte del subcontinente.
Existen conflictos en diversos lugares del mundo, como el siempre latente entre árabes e israelíes, entre China y Taiwán, y el más reciente entre India y Pakistán, países todos ellos armados como para destruir el mundo. En este sentido, es importante la labor desarrollada por el papa Francisco, que recorrió o envió emisarios a los lugares más peligrosos y abandonados, para promover el diálogo y la búsqueda de la paz. No fue de extrañar, por tanto, que en su sepelio hayan concurrido gobernantes como el propio presidente estadounidense Donald Trump, quien aprovechó la ocasión para reunirse y limar asperezas con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, como si el encuentro estuviera inspirado por el Papa fallecido. Precisamente, el nuevo Pontífice, en su primer discurso tras su elección, mencionó varias veces a su predecesor e instó a todos a caminar como iglesia unida, “buscando siempre la paz, la Justicia, buscando siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo”. Es de esperar que León XIV sea como su antecesor, un incansable mensajero de la paz que el mundo tanto necesita.
De hecho que, a más de este cometido, el nuevo jefe de la Iglesia Católica tendrá por delante otros numerosos desafíos internos de la institución, como el referente al saneamiento de las finanzas vaticanas, la lucha contra los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, la defensa de los migrantes y de los más necesitados, entre otras cuestiones, por lo que su tarea no será fácil. Por de pronto, es sugestivo que la elección de su nombre responda a que el nuevo Papa es un admirador de León XIII, autor de la conocida encíclica Rerum Novarum (1891), que se ocupa de la situación de los obreros, sentando la doctrina social de la Iglesia Católica.
Es de desear que el nuevo Pontífice cumpla con éxito su labor apostólica para demostrar haber merecido el “trono de San Pedro”, promoviendo la fe, la esperanza y la caridad, virtudes teologales que dignifican al cristiano. Quizá no llegue a satisfacer las pretensiones de todos los feligreses, pero ya hará bastante con ceñirse a los Santos Evangelios, mirando al cielo, pero también a la tierra, donde son muchos los que sufren por culpa ajena. León XIV conoce el subcontinente, de modo que cabe esperar que se interese por su suerte. Es deseable que reciba la inspiración necesaria en su nueva misión por el bien de todos y que impulse dentro de la Iglesia Católica las reformas necesarias para colocarla a la altura de lo tiempos.