La naturaleza no siempre sigue los guiones románticos. En aguas tropicales y arrecifes poco profundos, ciertos organismos simples protagonizan una de las estrategias reproductivas más llamativas del reino animal: el llamado “penis fencing” o “esgrima de penes”, una especie de duelo sexual en el que dos individuos intentan inseminarse mutuamente apuñalando la piel del otro con órganos copuladores.

Lejos de la provocación gratuita, este comportamiento revela tensiones fundamentales de la evolución: el conflicto entre invertir recursos en la descendencia y maximizar el éxito reproductivo.
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Un combate sin sexos fijos
El fenómeno se ha documentado con detalle en gusanos planos marinos (turbellarios) del género Pseudobiceros y en otras especies hermafroditas.
Cada individuo posee órganos reproductores masculinos y femeninos funcionales, pero no siempre “quiere” desempeñar ambos papeles.
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La razón es económica: en estas especies, la maternidad —producir y portar huevos— suele ser más costosa energéticamente que la paternidad —proveer esperma—.
Durante el encuentro, dos gusanos se aproximan, se arquean y asestan rápidos toques con estructuras copuladoras extensibles.

El objetivo no es una cópula convencional, sino la inseminación hipodérmica: introducir esperma a través de la piel del contrincante. Quien logra fecundar al otro sin ser fecundado “gana” el duelo reproductivo, delegando la inversión posterior en su pareja.
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La “derrota” consiste en asumir el rol materno.
Biología detrás del espectáculo
Esta estrategia hace visible un concepto central de la biología evolutiva: el conflicto sexual.
Incluso en organismos hermafroditas, los intereses reproductivos pueden chocar. Inseminar a otro individuo sin recibir esperma reduce los costos propios y puede aumentar el número de descendientes.
El resultado es una carrera armamentística de comportamientos y morfologías: penes bifurcados, tácticas de evasión, adhesiones temporales y movimientos acrobáticos para esquivar o asegurar el contacto.
La inseminación hipodérmica acorta el ritual y evita la necesidad de aperturas genitales alineadas, algo útil en entornos dinámicos como los arrecifes.
Una vez en el cuerpo del receptor, los espermatozoides migran internamente hasta los óvulos. Aunque el proceso parezca rudo, estas especies han desarrollado tejidos y mecanismos de cicatrización que mitigan el daño.
No es un caso aislado
Si bien el término “penis fencing” se popularizó por videos de gusanos planos, la lógica detrás del comportamiento aparece en otros invertebrados hermafroditas.
Algunas babosas marinas y caracoles de mar exhiben estrategias comparables, desde “dardos del amor” calcáreos que manipulan la fisiología del receptor hasta apéndices espinosos que incrementan las probabilidades de paternidad.
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Las variantes son muchas, pero convergen en el mismo dilema: cómo maximizar beneficios reproductivos en un marco de costos asimétricos.
Lo que nos enseña sobre la evolución
Más allá del asombro, estas batallas microscópicas ofrecen pistas sobre temas amplios: cómo surgen y se mantienen los rasgos sexuales, de qué manera los conflictos de interés moldean cuerpos y conductas, y por qué incluso organismos “simples” despliegan estrategias complejas.
También invitan a la cautela con el lenguaje: hablar de “duelos” o “ganadores” es útil para comunicar, pero antropomorfiza procesos que obedecen a presiones selectivas, no a intenciones.
Un campo de estudio en movimiento
Los biólogos continúan investigando factores que modulan el “penis fencing”: disponibilidad de recursos, densidad poblacional, tamaño relativo de las parejas, e incluso microbiomas que podrían influir en la compatibilidad.
Al mismo tiempo, la genética y la imagenología de alta resolución están revelando los circuitos sensoriales y motores que coordinan estos encuentros.
Para el público, el fenómeno puede resultar chocante. Para la ciencia, es una ventana a la creatividad de la evolución: en un mundo donde cada caloría cuenta, la reproducción no siempre es cooperación; a veces, es esgrima.
