El estudio, publicado en Genome Biology and Evolution, recuerda que los humanos modernos surgieron en África hace unos 300.000 años, en un ambiente que moldeó su biología.
Hace unos 70.000 años, estos hombres empezaron a emigrar a Eurasia, un continente completamente distinto, con latitudes más altas y mayor variación estacional de la luz diurna y la temperatura.
Pero otros homínidos (los neandertales y los denisovanos), llevaban en Eurasia más de 400.000 años. Estos homínidos arcaicos divergieron de los humanos modernos hace unos 700.000 años y, como consecuencia, nuestros antepasados y los homínidos arcaicos evolucionaron en condiciones ambientales distintas y generaron variaciones genéticas y fenotipos específicos.
Cuando los humanos llegaron a Eurasia y se cruzaron con los homínidos arcaicos del continente, adquirieron algunas variantes genéticas de adaptación al nuevo entorno y, aunque gran parte de esa ascendencia fue eliminada en los humanos modernos por la selección natural, algunas variantes aún permanecen porque son beneficiosas.
Nivel de exposición a la luz
Los entornos euroasiáticos en los que vivieron los neandertales y los denisovanos durante cientos de miles de años están situados en latitudes más altas con horarios diurnos más variables que el paisaje en el que evolucionaron los humanos modernos antes de abandonar África.
Para saber si había diferencias en los relojes circadianos de los neandertales y los humanos, el equipo seleccionó 246 genes circadianos y halló cientos de variantes genéticas específicas de cada linaje con potencial para influir en los genes implicados en el reloj circadiano.
Dado que los ancestros de los humanos modernos euroasiáticos y los neandertales se cruzaron, era posible que algunos humanos hubieran obtenido variantes circadianas de los neandertales.
Para comprobarlo, usaron información genética de miles de personas del Biobanco del Reino Unido (una base de datos de medio millón de personas que está a disposición de la comunidad científica) y exploraron si las variantes genéticas introgresadas (las que pasaron de los neandertales a los humanos modernos) estaban relacionadas con las preferencias del organismo por la vigilia y el sueño.
Y no solo encontraron muchas variantes introgresadas con efectos sobre la preferencia por el sueño, sino que, además, descubrieron que estas variantes aumentan sistemáticamente la propensión a despertarse temprano.
"Combinando ADN antiguo, estudios genéticos a gran escala en humanos modernos e inteligencia artificial, descubrimos diferencias genéticas sustanciales en los sistemas circadianos de los neandertales y los humanos modernos", explica el autor principal del trabajo, John A. Capra.
Luego, analizando los fragmentos de ADN neandertal que permanecen en los genomas humanos modernos, "descubrimos una tendencia sorprendente: muchos de ellos tienen efectos sobre el control de los genes circadianos en los humanos modernos y estos efectos son predominantemente en una dirección consistente de aumento de la propensión a ser una persona mañanera", añade Capra.
El estudio concluye que la propensión a ser ‘madrugador’ podría haber sido una ventaja evolutiva beneficiosa para nuestros antepasados que vivían en latitudes más altas de Europa y, por tanto, habría sido una característica genética neandertal digna de preservarse.