En medio de la delicada situación interna que vivía el Uruguay con la revolución de Venancio Flores, en abril de 1864 el Parlamento imperial en Río de Janeiro se hacía eco de los “horrores sufridos por los residentes brasileños en el Uruguay desde 1852” pues consideraba que desde la suscripción de los tratados de 1851 los súbditos imperiales venían padeciendo una cantidad de arbitrariedades sin que el gobierno oriental interviniera para detenerlas. Habilitado por su Congreso, una vez más el gobierno imperial volcaría su mirada al Uruguay para exigir de su gobierno “restitución, reparación y garantías” con la amenaza de intervenir con la mayor rigurosidad.
En el primer cuarto del siglo XX el Uruguay se encaminaba a celebrar el Centenario de su Independencia Nacional, momento oportuno para redefinir los rasgos de su imaginario colectivo cuyos mitos fundacionales se proyectarían en el escenario nacional por varias décadas. Las singulares y contradictorias condiciones en que nuestro país irrumpió a la vida independiente (revolución oriental, conflictos con el centralismo porteño, exilio de Artigas en Paraguay, dominación brasileña y portuguesa, Declaratoria de la Florida, Convención Preliminar de Paz de 1828 y primera Constitución de 1830) así como los conflictos internos fratricidas durante gran parte del siglo XIX, habían condicionado el surgimiento de una épica nacionalista temprana.
Joseph Campbell, en su libro "El héroe de las mil caras" (1949), describió magistralmente la estructura descriptiva de toda narración épica. Según el mitógrafo norteamericano, cualquiera sea la historia, personajes y circunstancias, el "viaje del héroe" es un ciclo de doce etapas donde el protagonista abandona su hogar internándose en un mundo lleno de amenazas; debe cruzar un umbral donde encontrará una sombra, guardián, dragón o hermano que se le opone y debe derrotar o, en su caso, conciliar; luego entrar vivo, descender a la muerte o a un mundo de fuerzas amenazantes; resolver permanentemente pruebas (entre ellas una suprema por la cual recibe una recompensa) y finalmente emprender el regreso dejando atrás rivales, emergiendo del reino de la angustia o resucitando.
En 1846 el Paraguay de Carlos Antonio López transitaba una nueva era de relacionamiento en materia de política exterior con el objetivo de afianzar sus fronteras, asegurar el reconocimiento de su independencia y dinamizar –o en su caso recomponer– relaciones diplomáticas con varios Estados, frustradas durante la autarquía del Gobierno de Rodríguez de Francia. A ese país de vigorosa vida económica y social, había que dotarlo de símbolos. El pabellón nacional y sus escudos eran elevados a la categoría de emblemas patrios el 25 de noviembre de 1842 por decisión del Soberano Congreso General Extraordinario.
El próximo miércoles se cumplirá un siglo desde que, el 19 de abril de 1917, en el hoy desaparecido Café de La Giralda, en Montevideo, la orquesta de Roberto Firpo presentó el tango La Cumparsita. Compuesto por Gerardo Matos Rodríguez, conserva el brío bárbaro de su tensión nerviosa. Este es el año de su centenario.
A lo largo de toda su vida independiente Uruguay y Paraguay han dado numerosas muestras de acercamiento y genuino afecto, no obstante el trágico desenlace de la Guerra Grande. Entre esos gestos de hermandad que han jalonado la historia de orientales y paraguayos se destaca el exilio del Mariscal Estigarribia en el Uruguay, hace 90 años.
Este 25 de agosto oficialmente el Uruguay celebra el 191 aniversario de su Independencia Nacional. Un puñado de osados orientales, hace 191 años declaraban “írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre, todos los actos de incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los pueblos de la Provincia Oriental, por la violencia de la fuerza unida a la perfidia de los intrusos poderes de Portugal y el Brasil”.
Rememorar la figura de José Artigas en un nuevo aniversario de su nacimiento representa siempre un enorme compromiso, un desafío intelectual mayúsculo y una convocatoria a los sentimientos más profundos de nuestras raíces históricas. No existe en la historia uruguaya un personaje que haya sido el destinatario de tantas obras, honores, investigaciones y libros, ni un personaje que haya despertado tantas pasiones, exaltaciones y traiciones.