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Estos orientales explicitaban así su rechazo total a la tiranía ejercida sobre la Provincia Cisplatina (así denominada nuestra Banda Oriental por el Imperio portugués) que había quedado sumergida “al yugo de un absoluto despotismo desde el año de 1817 hasta el presente de 1825”.
Ahora bien, es preciso asumir que el concepto de “independencia” en el itinerario histórico del Uruguay no es sencillo de explicar. ¿Cuál es el verdadero significado y alcance de aquella audaz y soberana decisión que adoptaron los orientales en la mañana del 25 de agosto de 1825 en la Florida?
Debe tenerse presente que Uruguay fue colonia española, primero adentro del Virreinato del Perú y más tarde del Río de la Plata. Era lógico pensar entonces que nuestra “independencia” debía aludir –sin equívocos– a nuestro desgajamiento del tronco hispánico colonial. Sin embargo, no existe referencia alguna a esta circunstancia en el texto de la Declaración de Independencia aprobada aquella mañana del 25 de agosto de 1825 en la Piedra Alta (actual Departamento de Florida).
La Banda Oriental en 1820 estaba en manos de los portugueses, que empujaban el límite de su vasto imperio hacia nuestro territorio. Con la derrota de Artigas comienza para nuestros orientales el padecimiento de la dominación portuguesa y brasileña que culmina precisamente en 1825. Es a esa independencia, a la del Brasil y Portugal, la que alude nuestra fecha patria máxima.
Nuestros orientales afirmaban entonces que la Provincia Oriental “se declara de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del Emperador de Brasil y de cualquiera otro del universo...” Pero al mismo tiempo, en ese mismo acto solemne, los orientales retornábamos al conjunto de las Provincias argentinas, con las que nos “unimos” nuevamente, pasando nuestra soberanía a ser estrictamente provincial.
Se da inicio así a otra etapa histórica que termina con la Convención Preliminar de Paz de 1828, tratado firmado (bajo mediación británica) entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata por el cual nuestros vecinos depusieron sus ambiciones anexionistas, reconocieron nuestra soberanía y los orientales comenzamos efectivamente a ejercerla con nuestro propio Gobierno.
Es esta “independencia” la que nos separa definitivamente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, supone la instauración de un Gobierno propio y de una Asamblea Constituyente que prepara la primera Constitución del país en 1830, consagración definitiva de aquella máxima artiguista: “Es muy veleidosa la probidad de los hombres; solo el freno de la constitución puede afirmarla”.
A pesar de estas contradicciones históricas (independencia del Imperio del Brasil y al mismo tiempo la proclamación de la unión a las Provincias Argentinas), hay un elemento singular, aglutinador, superior en el que coincidimos todos los orientales: el valor superior de la democracia.
Para el Uruguay la democracia no es simplemente un conjunto armonioso de instituciones jurídicas o una mera arquitectura política; porque el Uruguay era una democracia preexistente al Estado, habíamos abrazado esta forma de gobierno antes de tener una frontera y un pabellón nacional.
Aquel pueblo artiguista en los campamentos, siguiendo a su Prócer en el Éxodo del Pueblo Oriental constituía una expresión de democracia (en ciernes o espontánea, poco importa) que iba a ir consolidándose antes del Estado oriental.
A 191 años de la Declaratoria de la Independencia, los orientales seguimos reivindicando a la República Oriental del Uruguay como un país que “es y será para siempre libre e independiente de todo poder extranjero” y que jamás “será el patrimonio de personas ni de familia alguna”. Así lo han consagrado todas las Constituciones que han regido el orden jurídico y la vida democrática del país y lo más importante, así lo han interpretado y hecho suyo nuestros queridos compatriotas.
(*) Embajador del Uruguay en el Paraguay