


Cuando bajamos todos los conceptos ya desarrollados sobre la función educativa de los padres a la tierra de la vivencia y la práctica cotidiana, hay que hablar de límites. «Para que los miembros de una comunidad puedan llevarse bien entre sí, siempre es necesaria una clara determinación de los límites».




Son nuestros hijos, con su existencia real, quienes nos enseñan a ser padres. Con ellos y ante ellos actuamos como tales. También en este caso se aprende a través del ensayo y error. La tarea no es sencilla y, sobre todo en los padres primerizos, el temor es un compañero de ruta siempre presente.



Que a los padres les corresponda ser padres y no confusos amigos de sus hijos, no quiere decir que la relación deba ser fría, distante o rigurosa. Todo lo contrario. Los padres deben enseñar a amar y eso requiere contacto, cercanía confianza, respeto.