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VATICANO (Texto y fotos: Agencias EFE y AFP) Este majestuoso escenario con los frescos de Miguel Ángel, pero también de Pietro Perugino, Sandro Botticelli y Domenico Ghirlandaio, dejará de ser por unos días el destino de miles y miles de turistas, deseosos de admirar su arte, para convertirse en la sede de uno de los ritos más solemnes y reservados de la Iglesia católica.
Testigo de todas las elecciones papales desde 1492, con cinco excepciones, el recinto se prepara de nuevo para otra histórica decisión: la de los 133 cardenales electores que, reunidos a puerta cerrada, procederán la próxima semana a la elección del sustituto de Francisco y nuevo obispo de Roma.
Mientras se celebran las congregaciones generales de los cardenales para conocerse mejor y tejer alianzas antes del cónclave, la Capilla Sixtina –que debe su nombre al papa Sixto IV, quien ordenó construirla (1475-1483)– permanece cerrada desde el pasado lunes. A pesar de ser parte del recorrido habitual de los Museos Vaticanos y una de las principales atracciones del Estado pontificio, se necesita algún tiempo para adaptarla a las estrictas normas que rigen el cónclave y garantizar las condiciones de aislamiento necesarias para el proceso.
El “Juicio Final” como testigo
La elección del nuevo Pontífice tendrá lugar bajo la imponente mirada del “Juicio Final”, la obra maestra de Miguel Ángel, que cubre la pared del altar y preside el espacio donde se colocará la urna de votación y el atril con el Evangelio, sobre el cual los cardenales prestarán juramento al inicio del cónclave. También serán testigos de momento los célebres frescos del techo, que fueron encargados a Miguel Ángel por Julio II y que muestran escenas del Antiguo y Nuevo Testamento de la Biblia, incluyendo “La creación de Adán”, en la que Dios extiende su dedo para tocar la mano extendida del primer hombre. Tras completar los frescos del techo entre 1508 y 1512, Miguel Ángel volvió a la Sixtina más de 20 años después para pintar el “Juicio Final” en la pared detrás del altar, que fue desvelado en 1541 y que presidirá el cónclave. La decisión de celebrar el cónclave en la Capilla Sixtina fue reafirmada durante el pontificado de Juan Pablo II, quien estableció que todo en la capilla “contribuye a hacer más viva la presencia de Dios”.
La preparación para el cónclave
Un grupo reducido de personal de confianza, cuidadosamente seleccionado y sometido a vigilancia constante para prevenir cualquier intento de grabación o filtración de información, trabaja estos días previos de manera meticulosa para adecuar la capilla a las exigencias del evento. En el interior de la capilla, de 40 metros de largo, 13 de ancho y 21 de alto, se disponen dos filas de mesas a cada lado, colocadas en paralelo y con la segunda fila ligeramente elevada para que todos los cardenales puedan verse entre sí en todo momento.
Para el último cónclave, el de 2013 y en el que se eligió al papa Francisco, se colocaron 12 mesas de madera, 6 por cada lado, cubiertas con paños de satén beige y burdeos, y sillas de madera de cerezo con el nombre de cada uno de los 115 purpurados que participaron. En esta ocasión, con 133 cardenales, se necesitarán algunas más. Durante el cónclave, los cardenales están sujetos a un estricto aislamiento: no se les permite hacer llamadas telefónicas, enviar mensajes ni acceder a los medios de comunicación, con el fin de evitar cualquier influencia externa. El secretismo es tal que, pese a que todas las zonas de los Museos Vaticanos están estrictamente vigiladas con cámaras de seguridad, durante el tiempo que dura el cónclave este sistema debe ser desconectado para impedir cualquier tipo de grabación. Además, para facilitar la movilidad de los purpurados y evitar el uso de escaleras, se eleva el nivel del pavimento hasta igualar al del altar, creando un acceso llano al corazón del cónclave.

La Capilla Sixtina, al parecer, tiene las mismas dimensiones que el legendario templo del rey Salomón en Jerusalén. Durante el cónclave, los cardenales se sientan en sillas de madera de cerezo con su nombre grabado, frente a unas mesas cubiertas con manteles beige y granate. Al fondo se halla una urna con la tapa adornada con dos figuras que representan corderos, en la que se depositan las papeletas de voto. En el centro, hay un atril con un Evangelio abierto, ante el cual los cardenales juran mantener el secreto de cuanto allí se diga. La capilla cuenta con dos estufas conectadas a la misma chimenea de la que sale la única indicación de lo que ocurre en el interior. En una estufa, la más antigua, se queman las papeletas de votación y las notas de los cardenales. La otra, más moderna, sirve para anunciar el resultado de la votación. De esta última, con ayuda de productos químicos, sale humo negro (si los cardenales no llegan a un acuerdo) o blanco, cuando se ha elegido a un nuevo Papa.

Lugares claves del cónclave
Basílica de San Pedro: bajo las molduras doradas y los mármoles preciosos de esta basílica se reúnen los cardenales para celebrar la misa que da pie al proceso de elección del Papa. Después del oficio, los cardenales electores se trasladan en procesión hasta la Capilla Sixtina cantando el Veni Creator.
En la basílica de San Pedro también termina oficialmente el cónclave, con la proclamación del “Habemus papam” desde el balcón de la logia del templo. Se trata de la iglesia más grande del mundo, con una superficie de 2,3 hectáreas, obra de arquitectos como Bramante, Miguel Ángel y Bernini, que se construyó entre 1506 y 1626.

Sala de las Lágrimas: al fondo de la Capilla Sixtina hay una puerta que comunica con una pequeña habitación de 9 m², permanentemente cerrada al público. Es la llamada Sala de las Lágrimas, donde cada nuevo Papa, tras ser elegido, entra en compañía del cardenal camarlengo (a cargo de los asuntos del Vaticano durante la transición entre dos papados) y del maestro de ceremonias litúrgicas para, según la tradición, romper en llanto ante la magnitud de la tarea que le espera y vestir su primera sotana blanca, con la que será presentado al mundo.
Capilla Paulina: después de ser elegido, y antes de entrar en la logia de San Pedro para su primera aparición pública, el nuevo Papa reza una oración breve, personal y en silencio, frente al Santo Sacramento. Construida en 1537 por el arquitecto Antonio da Sangallo, El Joven, a petición del papa Pablo III, esta capilla está situada cerca de la Capilla Sixtina y de la basílica de San Pedro.

Residencia de Santa Marta: los cardenales electores se alojan en la residencia de Santa Marta, construida bajo el pontificado de Juan Pablo II, justo detrás de la basílica. Anteriormente, los cardenales se hospedaban en unas incómodas e improvisadas habitaciones del Palacio Apostólico. En esta residencia, que también incluye una capilla, cada cardenal tiene una habitación y servicios propios de un establecimiento hotelero (comidas y lavandería). Cada mañana, los cardenales abandonan la residencia y van a pie o en minibús hasta la Capilla Sixtina, a 500 metros. En general, los dormitorios tienen una cama individual con un crucifijo encima del cabecero. La mayoría son suites con una habitación aledaña, equipada con un escritorio y un teléfono conectado únicamente a la red interna. No todas las habitaciones son igual de cómodas y se reparten por sorteo.
Por la necesidad de mantener el secreto, todos los lugares en los que viven y trabajan los cardenales están cubiertos por dispositivos de interferencia que impiden el uso de celulares y tabletas. Además, mientras los cardenales van a pie desde la residencia de Santa Marta hasta la Capilla Sixtina se interrumpe la circulación de vehículos y peatones para evitar cualquier contacto.