En Cuba no solo los viejos automóviles estadounidenses permiten viajar en el tiempo. Unas 200 motos Harley-Davidson, muchas de ellas muy antiguas, circulan por la isla reparadas, transformadas y mimadas por sus fanáticos.
Una vez al año, desde hace una década, estos entusiastas se reúnen durante un fin de semana largo en Varadero, un balneario a 145 km al este de La Habana, para “compartir la pasión”, según señala uno de los organizadores, Raúl Brito, de 60 años y orgulloso dueño de una Harley de 1960, “el último modelo que entró en Cuba” después de la revolución de 1959.
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Hasta entonces en la isla había miles de Harley-Davidson, la más mítica de las motocicletas estadounidenses, utilizadas incluso por la policía cubana.
Luego, durante los primeros años del poder comunista, el estigma de todo lo que venía de Estados Unidos las dejó en la sombra, pero sin apagar la llama de los aficionados.
Aficionados en Cuba con motos de abuelos y padres
Antonio Ramírez, de 60 años, un extaxista de La Habana convertido en mecánico, tiene cuatro Harleys, incluido un triciclo anaranjado tuneado.
Su primera moto era de su abuelo, después de su padre que “iba a trabajar con ella”. Hoy, “las compro desarmadas y las restauro”, dice, enfundado en una chaqueta negra y con un pañuelo amarrado en la cabeza.
Todos coinciden en que el desarrollo del turismo en Cuba ha facilitado la llegada de repuestos originales en maletas “con familiares, con amigos, con extranjeros” que viajan a la isla.
“Antes era muy difícil, se debía inventar todo. Ahora es más fácil importar, pero todavía se inventan muchas piezas hechas a mano”, explica Sergio Sánchez, mecánico de profesión y procedente de Pinar del Río, una provincia a 300 kilómetros de Varadero.
De hecho, “quedan muy pocas que sean totalmente originales, casi ninguna, por la falta de piezas”, detalla este cubano que cuando era adolescente sacaba a escondidas la moto de su padre. “Un pistón de 1947 es imposible” de encontrar ahora, dice.
Museo al aire libre
Como sucede con un sinnúmero de productos en Cuba, bajo embargo de Estados Unidos desde 1962 y con escasez recurrente, los consejos se pasan de boca en boca o en su versión moderna, los grupos de WhatsApp.
Este año, Sergio Sánchez llegó al encuentro anual con una Harley blanca y negro de 1947, utilizada por la policía de esa época.
En buenas condiciones, fue restaurada en “seis meses en 2019″ porque el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos en 2015 disparó la llegada de turistas y por ende las posibilidades de ingreso de repuestos, dice Sandy León, de 46 años, que participó en la restauración de la moto.
“Es más complicado ahora, más complicado y más caro”, añade en referencia al enfriamiento de los lazos entre Washington y La Habana, y a la crisis económica que enfrenta Cuba, con la depreciación del peso.
Harley-Davidson comprada con ayuda
Carlos Pupo Sablon, que viajó 660 km desde Holguín, ganó el premio del participante que más kilómetros recorrió para llegar a la reunión.
Este mecánico profesional se las arregló para comprar su llamativa Harley después de hacer un trato con un aficionado canadiense que aportó los 15.000 dólares necesarios a cambio del derecho a conducir la moto cuando visitara la isla.
La moto había “permanecido en la misma familia desde que salió de la fábrica en 1951″, explica Pupo Sablon, ante el reluciente modelo azul claro que restauró “con piezas de época” para “mantener la estética original”.
Al igual que los viejos sedanes estadounidenses que dieron fama a Cuba (estimados en unos 60.000), las motocicletas anteriores a 1960, incluidas las Harley-Davidson, se consideran “patrimonio nacional” y su exportación está prohibida.
Esta categoría también aplica a las Norton y a las BSA de fabricación inglesa, cuyos aficionados también participaron en el encuentro de Varadero.
Estas motos son una colección más en el museo al aire libre de vehículos antiguos en que se han convertido las calles de Cuba a lo largo de los años.