Pese a las críticas suscitadas por su elección, la obra dirigida por Riccardo Chailly resultó un emotivo espectáculo ante un público entregado.
Cuando terminó, los espectadores ovacionaron y lanzaron pétalos blancos desde los balcones a los intérpretes, liderados por el bajo-barítono ruso Ildar Abdrazákov.
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La idea de montar esa célebre ópera surgió hace tres años, pero cuando Rusia invadió Ucrania en febrero pasado, nacieron muchas dudas sobre su realización.
Sin embargo, La Scala decidió mantener el programa pese a las protestas del cónsul de Ucrania en Milán, Andrii Kartysh, quien temía un golpe propagandístico a favor del presidente ruso, Vladimir Putin.
La Scala de Milán no hace apología de nadie
La respuesta del célebre teatro italiano fue contundente: “No hacemos la apología de nadie, estamos interpretando una ópera considerada una obra maestra de la historia del arte”, refirió a AFP el director Dominique Meyer.
“La Prima” de la Scala es el momento culminante de la vida cultural italiana y asistieron en el palco real la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, así como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y el presidente italiano, Sergio Mattarella.
Por ello activistas ambientales del movimiento Last Generation madrugaron este miércoles para arrojar pintura lavable de colores a la fachada del prestigioso teatro para protestar por la indiferencia de los políticos y las instituciones ante el cambio climático.
“Saquen la cabeza de la arena e intervengan para salvar a la gente”, clamaron.
Ucranianos protestaron contra el Estado terrorista ruso
Un pequeño grupo de ucranianos, con pancartas contra “el Estado terrorista ruso”, también se manifestó el miércoles por la tarde delante de la Scala para pedir a sus responsables que “no favorezcan la propaganda rusa”.
La ópera de Musorgsky (1839-1881), inspirada en el drama homónimo de Alexander Pushkin, narra la ruptura entre un gobernante autocrático y su pueblo y fue censurada varias veces, tanto durante el imperio ruso como durante la era soviética.
La primera versión, de 1869, era considerada demasiado vanguardista, por lo que fue rechazada por la comisión artística de los teatros imperiales de San Petersburgo.
Una versión modificada realizada en 1874 fue en cambio un fracaso, criticada por su “mal gusto e ignorancia musical”.
La soledad en el poder
La versión original (“Ur-Boris”), cantada en ruso, es la que escogió el director musical de La Scala, Riccardo Chailly, con la idea de ser lo más fiel posible al espíritu de Musorgsky, aunque sea una versión “más amarga y dura”, según Meyer.
“‘Boris Godunov’ es una obra maestra absoluta, cuya modernidad sorprende” y reserva “momentos de gran poesía, por su timbre y belleza musical”, estimó Chailly.
Una versión de esa ópera realizada por el Teatro Mariinsky de San Petersburgo en 2012 sorprendió al establecer un paralelismo entre el reinado de Boris Godunov, zar de 1598 a 1605, y Vladimir Putin, que enfrentaba entonces un amplio movimiento de protestas.
Diez años después, es el momento adecuado para interpretar a “Boris Godunov”, porque “Musorgsky fue un artista que luchó contra el sistema. Sería totalmente erróneo censurar su ópera, ya que desenmascara el poder”, estima el director a cargo de la puesta en escena de esta versión, Kasper Holten.
Pushkin se inspiró en Shakespeare
La soledad del poder, la locura, la violencia, los remordimientos... el complejo y atormentado personaje de Boris Godunov, que llega al poder tras haber hecho asesinar al legítimo heredero del trono, parece una historia sacada de una tragedia de William Shakespeare (1564-1616), en quien Pushkin se inspiró.
Sólo se ha hecho una pequeña modificación de la versión original al introducir un intervalo, lo que permite al espectador ver en la primera parte el drama desde el exterior.
En la segunda, se desliza en la mente del zar, en las garras de sus alucinaciones y de los fantasmas que acucian.
En el papel principal, Ildar Abdrazakov evoca a un “Boris con alma y corazón, pero consumido por el remordimiento de haber matado a un niño”, cuenta Holten.
Un gigantesco pergamino blanco domina gran parte del escenario y simboliza el manuscrito del monje cronista Pimen, testigo del asesinato del niño heredero, quien busca restaurar la verdad ante la censura del régimen.
El monje Pimen es interpretado por el estonio Ain Anger, considerado uno de los mejores bajos wagnerianos del mundo.