Los faros de Bretaña, un seguro para navegantes en la costa francesa

En la cálida tarde de finales de verano, el sol parece haber inundado el mar. El agua, las rocas y los barcos brillan, mientras las gaviotas vuelan por encima como aviones de papel y emiten su repertorio coral.

Desde el agua se distingue los acantilados de la costa bretona y la altura desde la que avisa de su presencia el Phare Saint-Mathieu. Foto: Gabriele Derouiche/dpa
Desde el agua se distingue los acantilados de la costa bretona y la altura desde la que avisa de su presencia el Phare Saint-Mathieu. Foto: Gabriele Derouiche/dpaGabriele Derouiche

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En este lugar, a casi 60 metros de altura, el sur del Finisterre parece un lugar encantado. Finis terrae, el fin del mundo, como llamaban los romanos a la parte más occidental de la región de la Bretaña, en el noroeste de Francia, es un apacible idilio costero.

“Sin embargo, esta zona es uno de los fondos marinos más peligrosos de Europa”, señala Loïk Peton mientras sube con los visitantes los 290 escalones del Phare d’Eckmühl, el faro en el extremo de la punta del municipio de Penmarch. El biólogo marino cuenta que muchísimos marineros se ahogaron y numerosos barcos encallaron en las rocas.

Orquesta de luces para la navegación

A medida que va cayendo la noche se ven cada vez más balizas marítimas a la distancia que parpadean en color blanco, rojo y verde: una gigantesca orquesta de luces marítimas que ayuda a la seguridad de los navegantes. Cada faro tiene su propia identificación y cada color sirve como referencia y orientación de los marineros.

Más de un tercio de los faros se encuentran en la costa occidental de Bretaña. “Nul n’a passé Fromveur sans connaître la peur” (Nadie ha pasado nunca Fromveur sin miedo) es un viejo dicho marinero.

Hasta 1978, el Passage du Fromveur, el límite norte del mar de Iroise, con sus bancos de arena y corrientes, era una de las rutas marítimas más importantes y al mismo tiempo más peligrosas de Europa.

Desde que ese año el accidente del petrolero Amoco Cadiz provocó un vertido de petróleo, los cargueros y petroleros tuvieron que circunnavegar el estrecho. Igualmente, la costa acantilada sigue presentando muchos riesgos.

Los guardianes de los faros

Gracias a la tecnología moderna, hoy en día solo se necesitan unas pocas personas para supervisar los sistemas de los faros. Hace dos años se jubiló el último farero de Bretaña. Algunos consideran ahora que las balizas son superfluas. Pero los numerosos pescadores que no disponen de sistemas de navegación siguen dependiendo de ellas.

Al anochecer, la isla de Ouessant se ve envuelta en una densa niebla. La isla, de unos 16 kilómetros cuadrados, es el extremo más occidental de Francia. La guía Ondine Morin, de 30 años, espera al pie del Faro de Stiff. Sus llaves suenan en la oscuridad y poco después se abre la puerta del faro más antiguo de Bretaña, diseñado a finales del siglo XVII.

La torre de granito con sus 104 escalones tiene un aspecto húmedo e inhóspito. A medida que se va subiendo, la piedra áspera roza la vestimenta y las paredes irradian un frío cada vez más húmedo.

En el entresuelo, un rápido vistazo revela que el único mobiliario con el que contaba el guardián del faro era una cama, una silla y una mesa. Nada más. En una foto amarillenta, el último farero sonríe tímidamente a los visitantes.

Arriba, el viento sopla en la cara y la vista se frena ante un muro impenetrable de niebla. Y a más altura se ven pasar cada pocos segundos las luces rojas intermitentes del Faro de Stiff.

ARCHIVO - Los faros sobre pequeños islotes rocosos frente a las costas bretonas eran denominados "infiernos", por las duras condiciones que pasaba su farero. Foto: Gabriele Derouiche/dpa
ARCHIVO - Los faros sobre pequeños islotes rocosos frente a las costas bretonas eran denominados "infiernos", por las duras condiciones que pasaba su farero. Foto: Gabriele Derouiche/dpa

Entre el paraíso y el infierno

“Esto era el paraíso”, señala Ondine de repente. “En un faro en tierra, los cuidadores podían vivir con su familia, reunirse con amigos en su tiempo libre y participar de la vida social”, explica. “Sus colegas no tenían ese privilegio en medio del mar”, agrega.

Pero a menudo el paraíso se convertía en un verdadero infierno, señala Ondine en alusión a “l’enfer”, como se llama aquí a los faros sobre las rocas en medio del mar.

El mal tiempo impedía cambiar los turnos cada dos semanas, lo que ponía al farero en una situación límite, tanto física como mentalmente.

Cuando en un invierno el reemplazo llegó recién después de 101 días, se decidió que los “l’enfer” fuesen ocupados por al menos dos hombres.

En la isla de Ouessant, se recomienda visitar el Museo de Faros y Balizas. Se encuentra al pie del Faro de Créac’h. Casi 800 objetos relatan la ardua construcción de las torres y ofrecen una visión de la vida cotidiana de los guardianes.

Morin ofrece visitas temáticas y nocturnas a la isla de Ouessant durante todo el año.

La costa occidental de Bretaña está salpicada de faros, como este de Pointe Saint-Mathieu, para prevenir y orientar a los navegantes de los peligros que afrontan en aguas a veces muy embravecidas. Foto: Gabriele Derouiche/dpa
La costa occidental de Bretaña está salpicada de faros, como este de Pointe Saint-Mathieu, para prevenir y orientar a los navegantes de los peligros que afrontan en aguas a veces muy embravecidas. Foto: Gabriele Derouiche/dpa

Faro de las Piedras Negra

Al amanecer, la luz vuelve a brillar a través de los arbustos de hortensias y las copas de los pinos. Solo un tenue velo gris nos recuerda la niebla del día anterior.

Sobre el mar de Le Conquet, la espuma salpica el bote Zodiac de Christel y Lucky, que nos llevan al parque natural marino Marin d’Iroise. Al navegar entre focas grises y delfines surge nuevamente el paraíso.

Pero poco después aparece el Pierres Noires. El faro de las Piedras Negras, otro “infierno” frente a la punta Saint-Mathieu, que marca la entrada a la bahía de Brest.

Hoy, las suaves olas provocan espuma alrededor de la torre roja de unos 30 metros de altura construida sobre la piedra oscura. Pero no es difícil imaginarse la vida en la torre y las sensaciones de los antiguos guardianes de los faros en los mares agitados. Tan solo llegar hasta allí es una aventura.

“Aquí se solían amarrar los cabrestantes de acero”, cuenta Lucky apuntando hacia una roca contigua. Agrega que la mayor parte del tiempo el mar era tan salvaje que ni siquiera se podían amarrar los barcos. Entonces, los hombres y sus provisiones eran subidos a la torre con cuerdas.

Lucky desacelera el motor del bote para que sus invitados puedan sacar fotos. Entretanto, se levanta una brisa fresca. El Zodiac comienza a balancearse en el oleaje. Algunos pasajeros comienzan a empalidecer y dejan de mirar a través de la cámara. “Vamos, coraje”, anima Christel. “Hoy el mar es misericordioso”, asegura.

Según el clima, la pareja ofrece excursiones de dos horas o el día completo en el Mar de Iroise durante todo el año.

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