En los últimos años, la tecnología de los deepfakes ha experimentado un avance tan rápido como inquietante. Videos que muestran a celebridades, políticos o cualquier persona diciendo y haciendo cosas que jamás ocurrieron —y que a simple vista parecen completamente reales— hoy circulan por las redes sociales con una facilidad alarmante.
Ante este escenario: ¿estamos verdaderamente preparados para las implicancias éticas, legales y sociales de los deepfakes?
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¿Qué es un deepfake?
El término “deepfake” nace de la combinación entre “deep learning” (aprendizaje profundo) y “fake” (falso).
Utiliza inteligencia artificial, especialmente redes neuronales, para analizar imágenes, gestos y voces, y superponerlos de manera convincente en videos existentes. El resultado: creaciones digitales tan realistas que pueden engañar incluso a espectadores atentos.
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Avances recientes
En 2025, la sofisticación de los deepfakes ha alcanzado un nivel tal que incluso expertos en edición de video enfrentan dificultades para distinguir entre contenido auténtico y manipulado.
Empresas tecnológicas han lanzado herramientas que permiten sintetizar voces y rostros en cuestión de minutos, democratizando el acceso a esta tecnología.
Además, la proliferación de deepfakes no se detiene en videos: audios falsificados y hasta fotografías hiperrealistas son cada vez más comunes, lo que aumenta el riesgo de que las pruebas visuales o sonoras pierdan valor como evidencia confiable.
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Riesgos y desafíos
Entre los principales peligros asociados a los deepfakes se encuentran:
- Desinformación y manipulación política: videos falsos en campañas electorales pueden desprestigiar a candidatos o manipular la opinión pública.
- Extorsión y fraudes: suplantación de identidad para engañar a empresas, obtener información confidencial o cometer fraudes financieros.
- Daños a la reputación y privacidad: cualquier persona puede ser víctima de deepfakes, afectando su integridad personal y profesional.
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La Organización de las Naciones Unidas y gobiernos de la región, como Perú y México, ya discuten la necesidad de actualizar sus marcos legales para tipificar el uso malicioso de deepfakes, tanto en contextos políticos como personales.
¿Estamos preparados?
Actualmente, la mayoría de usuarios y sistemas legales y educativos no están listos para afrontar el impacto masivo de los deepfakes. Las herramientas de detección avanzan, pero aún son superadas por la velocidad de innovación de quienes crean estos contenidos.
A nivel individual, es fundamental educar sobre alfabetización mediática: desconfiar de todo lo que circula en redes sociales y verificar fuentes antes de compartir información.
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A nivel institucional, empresas tecnológicas están desarrollando ‘marcas de agua digitales’ y algoritmos de detección, aunque su efectividad a gran escala aún está en debate.
El futuro: retos y oportunidades
Si bien los deepfakes representan riesgos evidentes, también abren posibilidades en el cine, la publicidad y la educación, permitiendo crear experiencias inmersivas inéditas. El desafío será construir marcos éticos y normativos sólidos y fomentar una cultura digital crítica.
La pregunta sigue latente: ¿estamos listos para lo que viene? Cuanto más conscientes seamos de la realidad digital que enfrentamos, mejor preparados estaremos para distinguir entre verdad y ficción en la era de los deepfakes.