La noche del 10 de mayo de 1933, en la hoguera que la Liga Nacionalsocialista de Estudiantes Alemanes encendió en la Bebelplatz de Berlín, entre los miles de libros que ardieron no estaban los de Oskar Graf.
A seis décadas de su aparición en 1963, el estudio clásico de Hannah Arendt sobre «la banalidad del mal» continúa siendo una piedra angular del pensamiento moral y político contemporáneo.
Hoy cumpliría 93 años Ana Frank, autora de uno de los libros más leídos en todo el mundo desde su publicación en 1947, testimonio directo de uno de los capítulos más oscuros de la historia del siglo XX.
La fascinante historia de Fritz Thyssen, el magnate alemán del acero que financió la subida de Hitler al poder y se arrepintió cuando ya era tarde.
Según los Archivos Federales de Alemania, Eduard Johann Roschmann, «El Carnicero de Riga», nació el 25 de noviembre de 1908 en el distrito de Eggenberg de la ciudad de Graz, capital del Estado Federado de Estiria. Y Asunción vio sus últimos días y su muerte.
En 1985, con su enorme documental Shoah, el recientemente desaparecido cineasta e intelectual francés Claude Lanzmann (Bois-Colombes, 27 de noviembre de 1925 - París, 5 de julio de 2018) inauguró una nueva época en la memoria activa del Holocausto. El film de Lanzmann, que ha vuelto universal esta palabra hebrea para designar el genocidio nazi de seis millones de judíos europeos, confluyó con otro movimiento epocal, que ganó impulso a fines de la década de 1960 y que hoy ha triunfado en las ciencias y movimientos sociales: a medida que todo relato histórico se vuelve ficción cada vez más discutida, la recuperada voz de las víctimas (o de sus portavoces) se torna fuente de una verdad cada vez más innegable. En sus diez horas de duración, sugiere Alfredo Grieco y Bavio este artículo, Shoah cuenta verdades, pero también ha creado un dispositivo para contar mentiras.