7 de diciembre de 2025
En el seguro, cada póliza, con sus cláusulas, exclusiones y coberturas que hoy parecen tan obvias nacieron de un evento que alguna vez sucedió: una inundación que nadie esperaba, un fallo estructural improbable, un incendio impensable, un accidente que expuso un vacío legal. Ese conjunto de experiencias, algunas complejas y mediáticas, otras silenciosas, constituye lo que se da en llamar la memoria del riesgo: un archivo “vivo” de todo aquello que el mundo ha aprendido a enfrentar, corregir, reparar y prevenir. Sin esa memoria del riesgo, las pólizas serían frágiles, incompletas e incapaces de proteger lo que realmente importa. Con ella, en cambio, la industria del seguro tiene la capacidad de anticiparse incluso a escenarios todavía inexistentes y reinterpretar el pasado, como una forma de evitar que un daño ya conocido se repita con la misma crueldad. Así, un gran incendio urbano obligó a crear las primeras reglas modernas de aseguramiento contra fuego; una oleada de naufragios perfiló las primeras tablas actuariales marítimas; una crisis financiera introdujo cláusulas nuevas sobre responsabilidad de directivos; una pandemia despertó un debate mundial sobre exclusiones que antes parecían hipotéticas. La memoria del riesgo es en esencia entonces, historia y estadística.
Dentro de la cobertura de incendio y todo riesgo operativo aparece la cobertura delimitada de interrupción del negocio o llamado también pérdida de beneficios. En un entorno empresarial cada vez más volátil, donde lo inesperado puede paralizar las operaciones en cuestión de horas, el seguro de interrupción del negocio se alza como una herramienta financiera crucial, indispensable para la continuidad y supervivencia de cualquier empresa. Más que una póliza adicional, es un salvavidas que garantiza que tras un siniestro cubierto, el flujo económico de la compañía pueda restablecerse, minimizando el impacto financiero de la paralización.
La evaluación de riesgos en seguros es el proceso que utilizan las aseguradoras para identificar, analizar y cuantificar la probabilidad y el impacto de futuros siniestros o eventos adversos que pueda sufrir el asegurado. Es lo que se da en llamar proceso de suscripción. Es fundamental este análisis para determinar las primas que se cobrarán y las condiciones de cobertura. Para poder evaluar el riesgo es necesaria la información, es decir los datos del cliente o del bien a asegurar. Luego los factores que puedan incidir en el riesgo como la probabilidad de ocurrencia y gravedad de un posible siniestro, el capital a asegurar, su duración, la localidad y riesgos colindantes, las medidas preventivas, como alarmas, sistemas anti-incendios, monitoreo remoto o controles (para bienes) o las actividades que realiza, estado de salud etc. (para personas).
El contrato de seguros, por naturaleza, es un contrato de duración y su extinción es por esencia el cumplimiento del plazo acordado por las partes que se presume es de un año (artículo 1561 Código Civil). Por tanto, y salvo pacto en contrario, el contrato se extingue a las veinticuatro horas del último día del plazo establecido.
El seguro tiene como función absorber los riesgos. De manera literal, desafía al riesgo, un evento latente, imprevisto, futuro, incierto y algunas veces letal. No puede impedirlo, solo esperarlo, no puede predecirlo, pero sí calcular su probable presencia, su impacto económico y su índice de frecuencia e intensidad.

En el vasto y productivo paisaje de Paraguay, la agricultura y la ganadería no son solo actividades económicas; son el corazón de la nación. Sin embargo, este sector vital opera a la intemperie, enfrentando riesgos que pueden desestabilizar la economía de un productor en un solo día por la falta de una herramienta clave: el seguro agropecuario.