La pandemia, la sequía y la guerra han sacado a la luz todo lo peor de la civilización humana; Paraguay no ha sido una excepción. Los reflectores de la muerte, del miedo, del hambre y la pobreza han potenciado y develado la calaña y las miserias de las autoridades que nos gobiernan, las deplorables bajezas de la clase política que dice representarnos y tomar decisiones en nombre del pueblo. Un pueblo que con frecuencia cuesta distinguir muy bien dónde está, cómo es, qué quiere y hacia dónde va. El sentido de los votos que depositamos cada cinco años va deteriorándose en calidad: desde el fin de la dictadura hasta hoy tal parece que no hemos aprendido a votar… o los votados se han especializado en defraudar.