Este es un relato de ficción. Frases desubicadas, miradas y gestos indecentes son mis batallas diarias. El acoso que sufro no es por la ropa que use sino porque soy del “sexo débil”, así que debo bancarme los piropos no importa si me hieren o molestan.
Se torna algo complicado establecer una línea divisoria entre un simple piropo y aquellas palabras o gestos que sobrepasan los límites.
Seguro te pasó que cuando ibas caminando por la calle normalmente, te lanzaron un piropo y ni siquiera estabas con tus mejores galas; les sucede a todos, sin importar edad o sexo. Hay de distintos tipos, como el de los albañiles, policías, esos que ni se entienden y, a veces, por más tontos que suenen, terminan sacándote una sonrisa.