Cada cierto tiempo se renuevan las quejas contra los limpiavidrios, los cuidacoches y todos los «invasores» de los espacios públicos de una «ciudadanía» cuya definición, por lo visto, los excluye. Montserrat Álvarez los defiende en este artículo.
A propósito del escándalo por las respuestas del cantante en una reciente entrevista al grupo paraguayo de polca y cumbia The Fenders.
Un espacio de encuentro y diálogo entre la producción cinematográfica y la realidad social.
«He escuchado hablar del odio a los ricos; no sé si existe, pero sí me consta que existe el odio a los pobres», escribe Montserrat Álvarez.
MADRID. “Aporofobia” , el neologismo que da nombre al miedo, rechazo o aversión a los pobres, ha sido elegida palabra del año 2017 por la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia Efe y BBVA.
Aunque se ha dicho mucho y muy bien –ahí está para demostrarlo el espléndido e hilarante contraspot de Daniel Ubisch y Rüdiger von Zungeverdammt (muy superior al de Revista Barcelona, «Garcocracia»)– en estas semanas sobre el spot publicitario de McCann Erikson para el lanzamiento en Argentina del Chevrolet Cruze II de la General Motors, negligente sería no señalar, una vez más, que este spot, como la publicidad suele hacerlo, más que un auto, vende ideas. Vende la idea de que quienes no gozan de los privilegios que muestra el spot, no los merecen. La idea de que en un mundo al que solo entran personas con méritos no hay barrenderos ni chiperos. La idea de que ahí no entran gordos ni viejos ni negros. La idea de que los habitantes de los barrios populares que no corren a la mañana ni trabajan en torres de cristal no tienen méritos. La idea de que los pobres tienen la culpa de serlo.