Enamorarse vs. encapricharse: ¿cómo distinguir dos conexiones emocionales?

La delgada línea entre enamoramiento y encaprichamiento puede definir la calidad de nuestras relaciones. Psicólogos advierten que comprender estas diferencias no solo nutre nuestra experiencia afectiva, sino que protege nuestro bienestar emocional en un mundo donde la idealización a menudo eclipsa la realidad.

Concepto de enamoramiento.
Concepto de enamoramiento.Olena Koliesnik

En el lenguaje cotidiano, “estar enamorado” y “estar encaprichado” suelen usarse indistintamente para describir la euforia de una conexión romántica. Sin embargo, psicólogos y terapeutas coinciden en que se trata de fenómenos distintos: uno arraigado en el conocimiento real del otro y el compromiso sostenido; el otro, en la proyección, la idealización y la búsqueda de gratificación inmediata.

Entender la diferencia no solo ayuda a tomar mejores decisiones afectivas, sino también a proteger el bienestar emocional.

Dos experiencias con raíces distintas

Estar enamorado implica una conexión que se consolida con el tiempo. Requiere conocer a la otra persona en su complejidad —virtudes, defectos, contextos— y aceptar esa realidad. Suele acompañarse de sentimientos de calma, confianza y compromiso, incluso cuando la intensidad inicial disminuye. Se cultiva mediante la reciprocidad, la comunicación y la construcción de proyectos compartidos.

Concepto de enamoramiento.
Concepto de enamoramiento.

El encaprichamiento, en cambio, se alimenta de la novedad y la fantasía. La atención se centra en pocos rasgos —a menudo idealizados— y se pasa por alto lo que no encaja en el ideal.

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Se caracteriza por la urgencia, la obsesión y la búsqueda de señales constantes de interés, con fluctuaciones emocionales intensas ante avances o silencios. Es una respuesta poderosa y legítima, pero, si no evoluciona hacia un conocimiento más profundo, tiende a desvanecerse.

El cerebro también juega

Desde una mirada neuropsicológica, ambas experiencias comparten el “efecto subidón” de la dopamina, relacionada con la recompensa y la motivación. En fases tempranas, el sistema de recompensa se activa con mensajes, encuentros y expectativas.

Con el tiempo y en vínculos que se consolidan, cobran más peso la oxitocina y la vasopresina, asociadas al apego y la vinculación estable.

En el encaprichamiento, ese circuito de recompensa puede dominar la experiencia, reforzando conductas de búsqueda constante (revisar el teléfono, fantasear, reinterpretar señales).

En el enamoramiento maduro, la intensidad se equilibra con patrones de regulación emocional: aumenta la sensación de seguridad, baja la ansiedad y el vínculo se sostiene más allá del “subidón” inicial.

Señales para diferenciarlos

Aunque no hay una prueba infalible, ciertos indicios ayudan a trazar la distinción:

  • Profundidad versus idealización: el enamoramiento incorpora luces y sombras; el encaprichamiento edita la realidad para mantener la fantasía.
  • Tiempo y consistencia: el amor se confirma con el paso de los meses y la coherencia entre palabras y actos; el encaprichamiento es muy intenso al principio y volátil ante la frustración.
  • Bienestar emocional: amor y tranquilidad suelen ir de la mano; el encaprichamiento conlleva picos de euforia y caídas de ánimo frecuentes.
  • Reciprocidad: el enamoramiento se nutre de respuestas equivalentes y cuidado mutuo; el encaprichamiento tolera —o justifica— asimetrías claras.
  • Proyecto y límites: el amor piensa en el “nosotros” sin abandonar el “yo”; el encaprichamiento puede diluir límites personales por mantener la ilusión.

El papel del apego y la historia personal

Los estilos de apego —la forma en que aprendimos a vincularnos en relaciones tempranas— pueden inclinar la balanza. Un apego ansioso tiende a amplificar el encaprichamiento: la incertidumbre se vive como desafío y confirma la obsesión.

Un apego evitativo puede confundir el interés genuino con amenaza a la autonomía, rompiendo vínculos antes de que maduren. Reconocer estos patrones ayuda a interpretar reacciones y expectativas dentro de una relación.

La cultura también importa. Narrativas románticas que glorifican la “química instantánea” o el “destino” pueden hacer que el encaprichamiento se perciba como prueba definitiva de compatibilidad, cuando en realidad es una fase que necesita verificación en la vida cotidiana.

¿Puede un encaprichamiento convertirse en amor?

Sí, pero no por inercia. La transición ocurre cuando la curiosidad por el otro reemplaza la necesidad de confirmación constante; cuando la idealización se ajusta a la realidad sin derrumbar el interés; cuando la atracción inicial se acompaña de respeto, negociación de diferencias y construcción de confianza.

Esa evolución requiere tiempo, presencia y un contexto donde ambos estén disponibles emocionalmente.

Si, por el contrario, la relación depende de la persecución de la novedad, la intermitencia y el dramatismo, el encaprichamiento suele estancarse o agotarse.

Consecuencias en la toma de decisiones

Confundir encaprichamiento con amor puede llevar a compromisos prematuros —convivencias aceleradas, decisiones financieras, rupturas de redes personales— con base en información insuficiente.

También puede generar relaciones desequilibradas en las que una persona invierte más de lo que recibe, justificando ausencias o desaires para proteger la fantasía.

Distinguirlos no significa desconfiar de la emoción, sino darle contexto. La pregunta no es solo “qué siento”, sino “qué sostienen estos sentimientos cuando la rutina, el conflicto y la vulnerabilidad entran en escena”.

Indicadores prácticos para autoevaluarse

  • ¿Conozco hechos concretos de su vida y valores, o sobre todo escenas imaginadas?
  • ¿Mis emociones son más estables con el tiempo, o dependen de señales puntuales (mensajes, likes, planes)?
  • ¿Siento libertad para ser yo y expresar límites, o actúo para no “romper el hechizo”?
  • ¿Hay reciprocidad demostrable, o interpreto silencios como pruebas a superar?
  • ¿Estoy dispuesto a ajustar expectativas a la realidad de ambas personas?

Responder con honestidad no elimina la incertidumbre, pero reduce el margen de autoengaño.

Cuando la intensidad no es saludable

La intensidad emocional no es problemática por sí misma, pero se vuelve riesgosa si deriva en control, vigilancia o aislamiento.

Señales de alarma incluyen invadir la privacidad, manipular con celos o sacrificarse de manera sistemática sin acuerdo mutuo. En estos casos, buscar apoyo profesional o compartir la situación con personas de confianza puede ofrecer perspectiva y freno.