Cuando el deseo de ser padres llega después de los 40
No todas las historias de maternidad comienzan temprano. Para muchas personas, el deseo de ser padres se despierta más adelante, cuando ya se ha vivido, elegido, perdido o ganado mucho. A los 40, la vida ofrece estabilidad, pero también pone en juego el tiempo: la fertilidad disminuye, las preguntas se multiplican y las emociones se intensifican.
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Buscar un hijo en la adultez no es solo una decisión médica: es una experiencia emocional, íntima, que moviliza sueños, miedos y vínculos.
A veces, el embarazo llega. A veces, no. ¿Qué pasa cuando el hijo tan deseado no llega, pese a los intentos? ¿Cómo se vive ese duelo silencioso? ¿Cómo se sigue adelante?
Un camino que también duele
El duelo de lo que no fue. Cuando mes tras mes la espera se convierte en ausencia, la frustración puede volverse abrumadora. No lograr concebir puede sentirse como una pérdida: del futuro imaginado, del rol deseado, de la narrativa que una pareja tejía para sí. Hay tristeza, rabia, culpa, cansancio.
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El tiempo como presión constante. Después de los 40, cada intento fallido parece pesar el doble. La reserva ovárica baja, la calidad de los óvulos disminuye, el cuerpo se siente observado y a veces traicionado.

La ansiedad crece. Las estadísticas médicas se vuelven parte de la conversación diaria.
Juicios y comparaciones. “¿Por qué no lo intentaste antes?” “¿Todavía querés ser madre?” “¿Y si adoptan?” Opiniones no pedidas, miradas ajenas, familias que avanzan, amigas que anuncian embarazos sin planearlos. Todo puede doler cuando se está en medio de la espera.
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Cómo sostenerse en pareja cuando duele
Hablar, incluso cuando cuesta. El dolor no compartido se vuelve muro. La fertilidad tardía puede tensar el vínculo si no se habla con honestidad. Compartir lo que se siente —la tristeza, la rabia, el miedo— es parte de sostenerse mutuamente, incluso si las palabras faltan.
Buscar apoyo profesional y emocional. Psicólogos, terapeutas, grupos de acompañamiento… hay espacios que ayudan a poner en palabras lo que parece inabarcable.
También hay redes de otras mujeres o parejas que han pasado por lo mismo, que ofrecen contención desde la experiencia.
Considerar otras formas de maternar o paternar. La fertilización asistida, la donación de gametos, la adopción, cada historia de familia puede escribirse con una tinta distinta. Abrirse a otras posibilidades no significa rendirse, sino transformar el deseo en otra forma de amor.
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Cuidar cuerpo y mente como acto de amor propio. Alimentarse bien, hacer actividad física, meditar, descansar, dejar de lado el cigarrillo o el alcohol… no solo mejora la fertilidad, sino que protege el bienestar integral. No se trata de controlarlo todo, sino de sostenerse con ternura.
Ser madre o padre después de los 40 no siempre es fácil. A veces, no es posible. Pero también puede ser una oportunidad para reinventar el amor propio y de pareja. Porque cuando la vida no sigue el camino esperado, aún quedan muchos caminos por recorrer juntos.
Cuándo decir basta
Saber cuándo detenerse en la búsqueda de un hijo biológico es una de las decisiones más complejas, íntimas y dolorosas que enfrentan muchas personas que han transitado tratamientos de fertilidad como la inseminación artificial o la FIV (fertilización in vitro).
No existe una respuesta universal ni un momento “correcto”, pero sí hay señales que pueden ayudar a reflexionar cuándo dejar de intentar puede ser un acto de autocuidado, sabiduría y amor.
1. Cuando el cuerpo ya no resiste más. Los tratamientos de fertilidad son invasivos, exigentes física y emocionalmente. Ciclos hormonales alterados, punciones, estudios, efectos secundarios, ingresos hospitalarios…
Cuando el cuerpo empieza a enviar señales claras de agotamiento o cuando los médicos recomiendan parar por razones de salud, escuchar esos límites puede ser vital.
2. Cuando el proceso afecta profundamente la salud mental. La infertilidad y los tratamientos sostenidos en el tiempo pueden provocar ansiedad, depresión, pérdida de autoestima y aislamiento.
Si la búsqueda de un hijo ha desplazado todo lo demás —la pareja, los vínculos, los proyectos personales—, detenerse es también volver a la vida. Dejar de intentar no es fracasar: es reconocer que la vida vale más que una meta.
3. Cuando la relación de pareja se desgasta. Muchos vínculos se erosionan por el peso de la expectativa, el dolor acumulado, la obsesión con el resultado. Si la pareja ha dejado de cuidarse, si todo se reduce a tratamientos y esperas, es momento de preguntarse si seguir intentando está debilitando más de lo que une.
4. Cuando se han agotado las opciones médicas con alta probabilidad de éxito. Los especialistas pueden ser aliados en esta decisión. Cuando los tratamientos disponibles ya no ofrecen una probabilidad razonable —por edad, por diagnóstico, por respuesta del cuerpo—, seguir insistiendo puede implicar una carga emocional y económica que no se justifica por los resultados esperables.
5. Cuando aparece el deseo de soltar (aunque duela). A veces, internamente, empieza a emerger un susurro: el deseo de vivir de otra forma, sin calendario de ovulaciones, sin hormonas, sin consultas.
Escuchar ese susurro es también parte del duelo y del crecimiento. Renunciar a la maternidad/paternidad biológica no es renunciar al deseo de amar, de cuidar, de proyectar. Es transformarlo.
¿Por qué es sabio decir basta?
Porque soltar a tiempo puede ser una forma de amarse. Porque la fertilidad no define el valor ni la identidad de una persona. Porque hay muchas maneras de maternar, de formar familia, de vivir en plenitud. Y porque no todo lo que deseamos intensamente tiene que suceder para tener sentido.