Terapias de conversión: el daño persistente de una práctica desacreditada

Aunque han sido prohibidas en más de 20 países, las terapias de conversión siguen existiendo. Esta práctica, ampliamente desacreditada por la ciencia, deja secuelas profundas en quienes la sufren y representa una amenaza real para los derechos humanos.

¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?
¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?Shutterstock

En pleno siglo XXI, aún persisten prácticas que atentan contra la dignidad humana bajo la apariencia de ayuda o corrección. Las llamadas “terapias de conversión” —también conocidas como terapias reparativas— representan uno de los capítulos más oscuros en la historia reciente de la lucha por los derechos LGBTQ+.

Aunque su objetivo declarado es modificar la orientación sexual o identidad de género de una persona, en realidad solo generan sufrimiento, desarraigo y una profunda herida psicológica.

Más de 20 países han prohibido estas prácticas, en un intento por proteger a los más vulnerables de sus efectos devastadores. Sin embargo, siguen ocurriendo —a veces de forma encubierta, otras con aval social o religioso—, lo que convierte su erradicación en un desafío urgente para los derechos humanos contemporáneos.

Qué son las terapias de conversión y por qué persisten

Las terapias de conversión intentan forzar a una persona a abandonar su orientación sexual o identidad de género.

¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?
¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?

Estas prácticas incluyen intervenciones psicológicas, tratamientos pseudo-terapéuticos y, en los casos más extremos, métodos físicos punitivos.

Aunque se presentan como un proceso de “curación” o “reorientación”, carecen de cualquier sustento científico y han sido ampliamente condenadas por organizaciones médicas y psicológicas de prestigio.

Su persistencia se sostiene sobre una combinación peligrosa de desconocimiento, prejuicio y estructuras culturales o religiosas que consideran que la diversidad sexual y de género es algo que debe corregirse.

Las heridas invisibles: consecuencias psicológicas y emocionales

Numerosos estudios coinciden en que las terapias de conversión no solo son ineficaces, sino que producen un daño profundo y duradero.

¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?
¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?

Las personas sometidas a estas prácticas suelen experimentar ansiedad crónica, depresión, pérdida de autoestima y una desconexión severa con su identidad. En los casos más extremos, se ha documentado una mayor prevalencia de pensamientos suicidas e intentos de suicidio.

La presión por “corregirse” genera un conflicto interno devastador. Se siembra la idea de que amar o ser diferente es una falla, una desviación moral o espiritual. Para muchos, el trauma de haber sido obligados a pasar por estas terapias persiste durante años, aún después de haberse liberado físicamente de ellas.

Una forma de abuso con rostro de ayuda

Las llamadas terapias de conversión no solo son éticamente reprobables; también constituyen una forma de abuso.

¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?
¿Sabías que en lugares donde aún prevalece el estigma, las "terapias de conversión" suelen ocultarse dentro de comunidades religiosas o grupos terapéuticos no regulados?

En muchos casos implican manipulación emocional, coerción familiar, humillación pública y, en ocasiones, castigos físicos o aislamiento. Prácticas como la terapia aversiva —en la que se asocia el deseo con el dolor— se acercan peligrosamente a la tortura.

La violencia no siempre es explícita. A menudo se disfraza de consejo, guía espiritual o tratamiento psicológico. Esa ambigüedad hace aún más difícil para las víctimas identificar el abuso y buscar ayuda.

Frente a esta realidad, cada vez más países han avanzado en su prohibición legal. Canadá, Alemania, Francia, España y varios estados de Estados Unidos han implementado leyes que penalizan las terapias de conversión, especialmente cuando se aplican a menores.

Estas leyes buscan proteger a quienes no pueden defenderse por sí solos, y envían un mensaje claro: no hay nada que curar.

Además, organismos como la Organización Mundial de la Salud, la Asociación Americana de Psicología y Naciones Unidas han condenado explícitamente estas prácticas, subrayando su falta de validez científica y su carácter profundamente violento.

Eliminar las terapias de conversión es una condición necesaria para construir un mundo donde cada persona pueda vivir con libertad y sin miedo. Pero también es necesario ir más allá: educar, sensibilizar y desmantelar los discursos que aún sostienen la idea de que solo hay una forma correcta de ser o amar.

Aceptar la diversidad es una forma de sanar como sociedad. Y quienes han sobrevivido a estas prácticas merecen reparación, apoyo emocional y visibilidad. Contar sus historias es parte de esa reconstrucción colectiva.

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