El segundo informe de gestión del presidente Santiago Peña fue sometido a un análisis lingüístico y retórico mediante inteligencia artificial. La herramienta fue instruida para evaluar la coherencia, recursos expresivos, estilo, estructura y eficacia comunicacional del discurso, con el fin de identificar fortalezas y debilidades. El veredicto fue claro: sólido y bien estructurado, pero con excesos que lo alejan de la ciudadanía crítica.
Aciertos
Uno de los puntos más destacados del análisis es la coherencia discursiva. Peña mantiene una línea temática clara desde el inicio: celebrar la democracia, rendir cuentas y proyectar esperanza. La estructura está bien ordenada, con una introducción solemne, desarrollo por áreas temáticas (salud, educación, seguridad, economía) y un cierre emocional cargado de referencias patrióticas.
El discurso también se destaca por el uso efectivo de recursos retóricos. La IA identificó anáforas y paralelismos —como los repetidos “sintámonos bien hoy…” o “creo en…”— que refuerzan la emotividad del mensaje. Además, se apela a metáforas cívicas y religiosas para elevar el acto republicano al nivel de “ritual sagrado”, un recurso que busca conectar emocionalmente con la audiencia.
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La inteligencia artificial también valoró la elegancia en la redacción. Peña alterna entre registros formales y expresiones emocionales con soltura. El discurso cita a filósofos como Habermas, Rawls y Ortega y Gasset, así como a figuras históricas paraguayas, lo que refuerza el tono académico e ilustrado del mensaje.
En términos de técnica discursiva, el uso de ejemplos humanos (como Brisa, Graciela, Hugo o el agente Lince) es una estrategia acertada. Estas historias concretas le dan rostro y contexto a las políticas públicas, facilitando la conexión emocional con el público.
Desaciertos
Sin embargo, el análisis también detectó excesos importantes. El más notorio: una grandilocuencia repetitiva. Frases como “nadie nos ayudó”, “el mundo nos admira”, o “Paraguay es glorioso” se repiten con insistencia, lo que puede ser leído como un intento de autocelebración que roza la autocomplacencia.
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Otro punto sensible es el tono sutilmente polarizador. Aunque Peña apela al diálogo y a la unidad, desliza frases como “la izquierda trasnochada” o críticas veladas a “los sin votos”. Estas expresiones, aunque disfrazadas de humor político, minan el espíritu de reconciliación que el propio discurso proclama.
La IA también advirtió un uso instrumental del Partido Colorado, con referencias reiteradas a sus figuras históricas y doctrinas. Si bien forma parte de su identidad política, el protagonismo partidario puede interpretarse como excluyente, dejando poco espacio para una narrativa más inclusiva y plural.
A nivel formal, la principal crítica es la extensión y densidad del mensaje. Es un discurso largo, cargado de datos, listados y cifras que, si bien útiles para respaldar logros, diluyen el impacto emotivo. En varios tramos, el texto parece más un informe de gestión que una pieza oratoria destinada al pueblo.
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Finalmente, el informe destaca la ausencia de una voz ciudadana crítica. Aunque Peña incorpora una sección de autocrítica, esta resulta tibia y poco concreta. No hay una asunción directa de responsabilidad frente a temas como la crisis en salud o la desconfianza institucional. Para una parte importante de la ciudadanía, esta omisión puede ser vista como desconexión con la realidad social.
El balance del análisis con IA es claro: Peña ofreció un discurso bien construido, emotivo y con fuerte carga simbólica, pero no estuvo exento de vicios clásicos del poder. Triunfalismo, polarización implícita y falta de autocrítica real son elementos que, si bien no empañan la calidad técnica de la pieza, sí afectan su recepción política.