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Desde pequeño, soñás con triunfar en la vida siendo un buen profesional; eso implica atravesar por las etapas del cole y la facu. Durante ese periodo hacés muchos amigos, entre quienes siempre está el bocho que se prepara, aprueba todos los parciales y le va súper en los exámenes. Claro, tampoco falta el akãne que lo único que hace es calentar la silla y, en medio de ambos, estás vos que, con los distintos puntos de vista de tus compañeros, no sabés bien qué camino tomar.
Practicás algún deporte desde niño y siempre quisiste surgir como un atleta profesional, pero, a medida que vas creciendo, te das cuenta de que, con el cole o la facu, ya te resulta imposible seguir entrenando por falta de tiempo. Entonces, te ponés a pensar qué decisión tomar: seguir lo deportivo o concentrarte solo en tus estudios.
También en algún momento de tu adolescencia te habrás enamorado y seguro sentiste maripositas en el estómago. Los cuadernos que estaban como tu estado de WhastApp los cambiaste por un corazón y las iniciales de esa persona tan especial. Cuando alguien te gusta, solo esperás su mensaje y, sin darte cuenta, los dos se pasan intercambiando esquelitas electrónicas durante todo el día, por lo que vas dejando de lado el objetivo que te habías propuesto: el estudio.
Las razones sentimentales no son excusa para que dejes de lado tus estudios. Si desde un principio te propusiste formarte bien para ser alguien en la vida, luchá por conseguir tu objetivo. No te dejes llevar por tus amistades; vos tenés metas que cumplir y, si realmente son tus amigos, lo comprenderán.
Dejar de estudiar por querer practicar algún deporte tampoco es una alternativa válida; terminá primero lo que estés estudiando y luego podés hacer otras cosas. Así también, tener novio es algo normal; no obstante, si pensás descuidar tu objetivo académico solo por eso, estás perdida; las relaciones pueden terminar, pero el aprendizaje adquirido no te abandona. No pienses tanto en la disyuntiva de querer educarte o no, porque hoy en día ya no es una opción sino una necesidad ineludible.
Por Yanina Sosa (16 años)