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Las decisiones que tomamos diariamente nos definen como personas y ciudadanos. Nuestras reacciones ante distintas situaciones cotidianas hablan de nosotros todo el tiempo. Si alguna vez te quejaste de lo mal que actúan los gobernantes, ¿te pusiste a pensar en qué hiciste vos para que eso no suceda?
Hay personas que creen que "el que no es ladrón es porque no se le ha presentado la oportunidad". ¿Realmente somos tan débiles ante la tentación que nos ofrece el poder? La integridad parece no estar en la lista de prioridades de nuestros gobernantes, ya que mientras prometen transparencia y honestidad esconden en sus bolsillos los millones que tengan a su disposición.
Entre diputados que ubican a sus amigos en las instituciones públicas, senadores corruptos y un montón de políticos que se enriquecen de manera ilícita, uno se pone a pensar: ¿realmente nos merecemos estos gobernantes?, ¿tan mal elegimos a nuestros líderes?
Los ciudadanos parecen tener una pésima memoria a la hora de ir a votar y elegir a los representantes, pues se dejan llevar por las dulces promesas de los candidatos, como una quinceañera que se enamora por primera vez, y no se ponen a analizar los antecedentes de los postulantes.
A veces, los candidatos ni siquiera tienen que pagar por un prometedor discurso, pues es mucho más “efectivo” y rápido aprovecharse de la necesidad de los votantes para conseguir el cargo que desean y, a cambio de una cédula, entregan unos billetes. Para estos politiqueros, es una inversión mínima por una ganancia mayor; sin embargo, para el pueblo es una condena de años sin progreso.
El fanatismo político y la fidelidad a un color hacen que los lobos vestidos de oveja suban a los puestos de poder y luego nos quedemos con la “sorpresa” de que esas alentadoras palabras eran un montón de mentiras que el viento se llevó.
Tal vez, como país, no nos merecemos que los gobernantes se enriquezcan mientras un montón de niños, jóvenes y adultos pasan hambre en las calles, no hay medicamentos en los hospitales y las escuelas se caen a pedazos. Mientras no aprendamos la lección de que el voto no se vende, seguiremos cayendo en las mismas mentiras de siempre y estaremos dejando mucho que desear como nación.
Por Divina Alarcón (18 años)