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Desde la plaza hasta el bus, nadie se salva de encontrarse con un hombre, quien se encuentra acompañado de una latita de cerveza, que intenta llamar la atención y emite un sinfín de incoherencias que la gente debe soportar. Escenas similares “adornan” las calles de nuestro país cada fin de semana, aunque las mismas estén prohibidas por la ley. ¿Se aplica entonces la conocida frase “estamos en Paraguay, después de todo”, como si esto justificara los errores?
La ley N° 1.642 expresa tajantemente que ninguna persona puede consumir bebidas alcohólicas en la vía pública y, mucho menos, venderlas a menores de edad. Sin embargo, las autoridades no solo pasan de largo esta norma, sino que, en algunos casos, los policías acompañan a quienes disfrutan de su bebida en la calle.
Asimismo, otra ley que se queda como letra muerta en nuestro país es la 3.956/09, la cual castiga con una multa de hasta G. 81 millones los vertederos clandestinos y la quema de basura en calles o baldíos.
Igualmente, una ordenanza de la Municipalidad de Asunción prohíbe tirar cualquier desperdicio en lugares no permitidos, contando con multas que alcanzan los G. 219 millones, pero como la Comuna asuncena no la hace cumplir, esta tiene nulos resultados y, ahora, la capital se declaró en estado de emergencia ambiental.
Por otro lado, para aquellos que disfrutan pasar por su barrio a gran velocidad, con una música de fondo y a todo volumen, se encuentra en vigencia una ley poco conocida, para quien le conviene, la 1.100/97 contra la polución sonora. Desde propagandas políticas, el altavoz del churero hasta una fiesta descontrolada en la casa de tu vecino, cualquier ruido molesto está prohibido, pero nadie respeta la ley y no hay ningún tipo de control, al igual que en los otros casos citados.
Tal vez, vivimos en el país de las contradicciones, pues si fuesen por nuestras leyes u ordenanzas, estamos en un nivel superior por las reglas y los controles que las mismas conllevan. No obstante, como decir una cosa es fácil y llevarla a cabo resulta más difícil, las reglamentaciones terminan figurando como un papel secundario y de poca importancia para los ciudadanos.
Nada es perfecto en esta vida, pero el incumplimiento de nuestras leyes no solo es responsabilidad de nuestras autoridades ni depende exclusivamente del control de las mismas, pues también recae en un compromiso que todo ciudadano debe asumir. De esta manera, no existe solo un culpable de los problemas, ya que todos deberíamos aprender a hablar menos y hacer más.
Por Macarena Duarte (17 años)