Las luces artificiales nos impiden disfrutar de la belleza del cielo estrellado

La belleza real del cielo nocturno se esconde tras las luces artificiales que opacan a las estrellas; así que solo observamos limitadas constelaciones. Sin embargo, en el interior del país, el firmamento es el que alumbra a los pueblos con luz natural.

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Cuando vamos al campo, observamos un cielo auténtico, la oscuridad nos enseña sus hermosas y resplandecientes estrellas, las cuales desconocíamos a causa de las luces artificiales que disfrazan el cielo en las zonas urbanas. El exceso de iluminación en la noche es considerado una contaminación que pasa desapercibida.

La luz nocturna natural alcanza 1,7 microcandelas (unidad básica para medir la luminosidad), mientras que en Singapur la iluminación artificial llega a 7.100 microcandelas. Es por esto que dicho país se considera con la mayor contaminación lumínica.

Hong Kong, Las Vegas y Nueva York son ciudades con un brillo nocturno majestuoso, pero nadie lo visualiza como una contaminación; al contrario, las películas e imágenes que vemos en las redes nos hacen desear conocer uno de estos lugares. Sin embargo, son muy pocas las personas que piensan que detrás de la excesiva luz se esconden preciosas estrellas que habitualmente no se ven.

Argentina se encuentra entre los diez países más iluminados del mundo, según lo declara el “Atlas del brillo artificial del cielo”, estudio llevado a cabo por norteamericanos y europeos. Los científicos expresan que el 83% de la humanidad no ha visualizado la vía láctea en su mayor resplandor.

Si bien Paraguay lidera la lista del país que más tala árboles, está lejos de ser un alto contaminante lumínico como otras naciones. ¡Qué alivio saber que todavía observamos un cielo repleto de estrellas cuando estamos en el interior! Este paisaje, lastimosamente, no es contemplado por todos.

El excesivo brillo artificial difumina la luna y las estrellas; por ende, debemos ser conscientes de que la noche merece dormir con las luces apagadas para iluminar al mundo con luz propia.

Por Sahori Vallejos (17 años)

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