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Mi memoria se remonta 30 años atrás, en aquellos tiempos de mi juventud que estaba a flor de piel. Recuerdo que vivía a unas cuadras de la estación de tren y disfrutaba los paseos de domingo al Jardín Botánico. En aquel entonces, no había muchos colectivos de larga distancia y nos trasladábamos en las locomotoras.
Solo quien viajaba en tren podía sentir ese aroma de campo al abrir las ventanas, disfrutar del paisaje verde y de las personas que viajaban en ese transporte. Cuando quería ir a divertirme a la capital, preparaba todas mis cosas e iba camino a la estación una hora antes de que partiera, pues me gustaba ver llegar a las personas y observar todo el trabajo previo antes de la partida.
No olvido cuando me hice amiga de muchos empleados, pues ellos ya sabían que los domingos sí o sí me iba a la capital a despejar mi mente. El señor de la boletería siempre me recibía con una sonrisa; recuerdo que cada boleto tenía un costo de 2.000 aproximadamente. Hasta hoy día conservo todos los boletos en una pequeña caja.
Así pasaron unos cuantos años y la emoción de comprar mi boleto y viajar a cualquier lugar seguía siendo la misma. Sin embargo, años más adelante, me enteré que los viajes a trenes se suspenderían, pues con la llegada de más autobuses y la construcción del puentes, muchas personas ya no iban a necesitar trasladarse en locomotoras.
Todo se convirtió en una gran nostalgia; ya no escuchaba ese pitar del tren que anunciaba su llegada o la salida. Una tarde pasé por la estación, ningún alma habitaba en el lugar; las vías estaban tranquilas, pues esas grandes máquinas ya no vibraban. Poco a poco el lugar se iba deteriorando y el pasto verde cubría el carril de la locomotora. Las puertas fueron selladas con candados para que nadie pudiera entrar.
Ahora tengo 55 y hace unos días, justo cuando estaba tomando mi mate en el corredor de casa, escuché en la radio que la locomotora “El Inglés” volverá a Ypacaraí el día domingo y que puede ser que funcione nuevamente con breves trayectos para fomentar el turismo.
El clima está perfecto, un sol radiante embellece este pequeño pueblo; me siento emocionada por lo que estoy viendo en la estación de tren en este día domingo: niños entusiasmados corriendo, los padres tomando tereré y los jóvenes quitándose una selfie con la reliquia; mientras yo, a pesar de mis arrugas, admiro aquellos hierros oxidados que ya son parte de la historia.
Hoy es reliquia histórica para mis nietos y para todos los paraguayos. Con lágrimas en los ojos deseo que este momento fuese eterno, pues me encuentro aquí, recorriendo las vías y recordando cuando era joven lo que más me gustaba hacer era viajar en tren. Mientras mi mente se remonta al pasado, viene a mi pensamiento las letras de una canción: “guardo tan bellos recuerdos que no olvidaré”.
Por Mónica Rodríguez (19 años)