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Con frecuencia juzgamos erróneamente a una persona por la apariencia que lleva; vivimos en una sociedad que tacha de delincuente a un muchacho con tatuajes, mientras que un sujeto con traje resulta ser “confiable”. Indiscutiblemente, las apariencias engañan.
En algunos casos, lo que nos parece bueno es malo y ocurre también de forma viceversa: si una persona tiene un aspecto rebelde, no significa que sea un delincuente; al contrario, puede que se trate de un sujeto agradable y con valores. Así también, un hombre que porta traje y zapatos lustrados no siempre es confiable.
Usar prendas elegantes no te convierte en alguien responsable y con principios. Dejemos de guiarnos por lo superficial; los modelos de personas perfectas que debemos imitar desde pequeños impiden poder mirar más allá del aspecto de la gente.
El famoso cuento “La bella y la bestia” es un gran ejemplo que nos enseña que tenemos que conocer a los demás antes de juzgarlos. Esta historia deja en claro que, por más espantosa que sea la apariencia física, lo que realmente importan son el trato y el amor que recibimos de una persona.
Acabemos con la costumbre de juzgar a alguien por su apariencia y no dar tanta importancia al aspecto exterior; mirémonos al espejo e intentemos comprender que no somos perfectos como para criticar a los demás. Apreciemos a alguien por su forma de ser, sin fijarnos en su imagen, porque eso algún día se va, mientras que la forma que tiene cada uno de comportarse permanece para siempre.
Por Ezequiel Alegre (16 años)