Confesiones de una pasajera que sufre un calvario por las obras del metrobús

Salgo con ánimo para ir a trabajar, pero cuando sufro el calvario del metrobús siento que con esas obras se queda gran parte de mi energía. El estrés se apodera de todos los que transitamos diariamente por el laberinto de las eternas construcciones.

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Hoy salí de mi casa en San Lorenzo a las 6:40, como todos los días, y camino hasta la parada para esperar el colectivo. Aguardo tranquilamente, ya que mi horario de entrada al trabajo es las 9:30 y si voy en bus siempre llego en dos horas al centro.

Viajo en calma y por suerte voy sentada. No sé qué me espera en el trayecto, ya que pasar por Mariscal Estigarribia, donde están construyendo el metrobús, se ha convertido en un caos total y nunca se sabe con certeza qué tan pésimo estará el tráfico hoy.

Pasan los minutos y la espera se está volviendo eterna; el bus no avanza, el calor y la preocupación de todos los pasajeros crece con cada segundo; tomamos caminos alternativos que no tienen señalización y, para colmo, las calles están en mal estado. Empiezan a sonar los teléfonos de los pasajeros y escucho que responden apenados, pienso que seguro son sus jefes o parientes que ya exigen sus presencias.

Desde mi asiento, veo el espejo que refleja el rostro estresado del chofer que, como todos, debe lidiar con el inmenso desastre provocado por las obras del metrobús. Me estoy desesperando porque ya son las 9:30 y seguimos estancados sobre Abelino Martínez, en verdad no puedo creer semejante demora.

Mientras viajo, observo a una madre soplando con una toallita a su hijo en brazos, por el intenso calor, y a otros niños llorando. Además, contemplo a un joven trajeado que, con la cara afligida, desata su corbata; un señor, ya de edad, con su mochila cargada de herramientas que, como todos, quiere llegar a su lugar de trabajo y muchos más pasajeros que sufren con el viaje agobiante debido a las obras del metrobús.

A las 10:30, al fin salimos a la ruta principal, parece que la esperanza se enciende en los pasajeros y ni qué decir en el pobre chofer, quien mientras estábamos atascados en el tráfico nos decía “este es mi sufrimiento de todos los días, che jukata ko metrobús”.

Luego de casi cuatro horas, me bajo del colectivo, estoy caminando para llegar al trabajo y reflexiono: “No sé qué deben hacer los ingenieros, arquitectos, el personal o la gente que está involucrada en el trabajo del metrobús, pero sí sé que necesitamos, urgentemente, una solución, ya que nadie merece pasar por esta situación abrumadora todos los días”.

Quizás, las autoridades no dan la importancia necesaria a las obras porque no saben lo que es llegar en casi cuatro horas al centro, después de viajar con el fuerte sol en la cara. Tal vez parezca exagerado, pero para los que pasamos por esta realidad diariamente es una cuestión bastante estresante que ha causado perjuicio ambiental, económico y que puede llegar a ocasionar despidos y peores daños, así que se debe buscar una solución ¡ya!

Por Andrea Parra (18 años)

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