Ni números, ni colores

Habrá sido la charla con el taxista de ayer por la mañana. Un tema llevó al otro, hasta que en cierto momento, luego de tocar su clásica bocina con sonido peculiar al pasar frente a su quinielera.

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Le pregunté si es su amiga y respondió que sí, desde hace tiempo. Y que además, con ella siempre juega a la quiniela. Soy muy quinielero, contó. Siempre apuesto, casi todos los días, al menos mil, o dos mil guaraníes. A la cabeza, redoblona... Depende de cómo elijas tu número, cuánto apuestes, para que ganes más plata. No apuesto mucho, entonces no gano tanto, pero suelo ganar. ¿Y vos jugás a la quiniela? Me preguntó. La verdad que no, le respondí.

Aunque una vez, hace muchos años, cuando comenzaba a trabajar en periodismo, me hicieron la misma pregunta, y di la misma respuesta. Entonces los compañeros, en el móvil, entre chofer, fotógrafo, y otros periodistas, porque estábamos varios en el vehículo, me dijeron que era la persona indicada para elegir el número.

Por lo visto que había una cábala al respecto. Algún tema relativo a la suerte del principiante. Pues bien, puse la mente en blanco, elegí rápidamente un número y lo dije. Jugamos. Cada quien apostó lo suyo, no sé cuánto dinero. Pasaron los días, y los compañeros no mencionaron más el tema.

Se me pasó preguntar qué resultado tuvo la elección. Luego uno de ellos, un fotógrafo que siempre me tenía cara de simpático, moreno, gordito, de pelo negro, se sintió en la obligación de confesarme que ganamos. Y mucho. Con decir que me tocaban 12.000 guaraníes. No sé a cuánto equivaldría ese monto ahora, pero... era una suma importante. Este recuerdo se lo conté al taxista, quien con un entusiasmo desbordante me dijo “entonces tengo que jugar a la quiniela contigo. Pensá en un número, o en algo que soñaste, jugamos, y compartimos las ganancias. ¡Dale!”. Siendo sincera, no me venía ningún número a la cabeza. Pensé en la propuesta, si estaba bien o no, consideré seleccionar algún número, y la mente... en blanco. Pasó la jornada laboral, volví a casa, vi unas películas, cenamos, y luego me acosté dormir.

Quizá por la comida pesada, quizá por las películas, quizá por los gritos de una fiesta en el edificio de enfrente, donde no paraban de celebrar quién sabe qué, no podía conciliar el sueño. Me levanté, voví a acostarme. Y por fin, aunque con dificultad, me quedé dormida. Y en sueños, trabajaba. Y Pedrito me dijo que me tocaban dos recuadros de la página dos. ¿Página dos? Pensé. ¡Qué bueno! Qué importante, sentí. Te tocan dos entrevistados, agregó. Para el primero, llegué cuando ya comenzó a hablar, y me preocupé porque no encontraba la grabadora, aunque tomé apuntes. El segundo era Fidel Castro. Los periodistas le preguntaban y luego él respondía.

Le tocó el turno de preguntar a Mirtha, y como luego era mi turno, lamentablemente no retuve ni su pregunta ni su respuesta. Eso es algo que también suele ocurrir en los sueños. Pues dentro de él, hasta podés observarte, como si se tratase de una película. Me acerco más a él, y lo veo. Canoso, pero con el rostro sin demasiadas arrugas. Podría decirse que más bien pocas. Y con la barba larga, tupida y también canosa. Aunque me llamaba la atención el brillo de su cara. Como si fuera no tan real. Como de cera. O quizá, como de muerto. No sé, así son los sueños.

Le pregunté: ¿Cuál es el futuro del socialismo? Vaya pregunta. Toda una oportunidad para hacerle una pregunta a Fidel Castro, y le pregunto eso. En fin. Y él comenzó su alocución. Como muchas, que duraban minuto tras minuto hasta convertirse en horas. Aunque no recuerdo qué dijo. Sí, que en cierto momento, cuando se dio un respiro para respirar y se detuvo, le dije: muy amable, gracias.

Al retirarme, se me acercó una mujer, quien me consultó mi opinión acerca de su respuesta. La miré, y mientras pensaba que realmente no me dijo nada, como aquellas respuestas llenas de palabras, sin contenido, no le respondí. Observé hacia atrás, y una enfermera le sacaba sangre a Fidel Castro, en tanto que José Luis le realizaba más preguntas. Y me fui. Sonó el despertador, y seguí recordando casi todo el sueño.

¿Qué opinarían Sigmund Freud o Carl Jung o Eric Berne u otro? Supongo que el taxista, o la quinielera me dirían que juegue al “Muerto que habla”. Desde luego que las elecciones no son como la quiniela.

No tienen nada que ver con un juego de azar. Y no es lo mismo elegir números, o colores, que personas. Personas que tendrán en sus manos el poder de gobernar un país -el nuestro-, durante cinco años. Lejos de las fantasías, la realidad es que mi mente estaba llena de pensamientos relativos a estas elecciones. Los candidatos, ¿las alternativas? En fin. Todo eso. Sigo pensando, y lo que me acongoja verdaderamente es nuestro futuro. Como familia, como país. ¿Y qué es mejor? ¿Qué hacemos? ¿Qué debemos hacer? Pues, dejar de soñar, y votar. Debemos votar.

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