Cargando...
Este neologismo, hoy de moda, fue creado a fines del siglo pasado por autores de ciencias sociales, políticas y de la comunicación. El DRAE define “posverdad” como la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Nos parece una acepción insuficiente, a estas alturas, ya que también se la puede emplear para la manipulación de informaciones verídicas como para la propagación de noticias falsas, que integran lo que llamamos genérica y habitualmente “desinformación mediática”.
¿Hay diferencias conceptuales entre estos términos? Unos se refieren a mentir, simplemente; otros, a falsear parcialmente la información; otros, a manipular noticias dando o restando destaque a ciertos puntos. La impresión que deja el neologismo "posverdad" es, a mi criterio, su precariedad expresiva, porque no logra diferenciarse semánticamente de las variedades citadas. En realidad, es un término que no se sale mucho del ámbito del antiguo concepto de propaganda.
¿Por qué las así llamadas posverdades calan tan fácilmente en las masas? Hay varias explicaciones. La más sencilla es que, como fueron creadas adrede para ellas, satisfacen sus emociones y prejuicios. Como la mayoría de la gente tiende a creer lo que le conviene o le agrada sin filtrar ni reflexionar, los diseñadores de imágenes políticas y los asesores de campañas electorales se aplican a la tarea de investigar cuáles son las creencias, emociones y sentimientos ya consolidadas en el público (¿preverdades?), para, a partir de ese dato, fabricar el material informativo adecuado para complacerlo. Una vez que la gente recibe la noticia para la cual ya está anímicamente predispuesta, será muy costoso e incierto pretender hacerles ver que la realidad no confirma lo que ya admitió y asumió emocionalmente.
Wikipedia cita como caso típico de posverdad el mensaje con datos falsos contenidos en un cartel propagandístico utilizado en la campaña del “Brexit”: “Cada día enviamos a la Unión Europea 50 millones de libras esterlinas. Mejor gastémoslos en nuestro sistema nacional de salud”. De igual tono fue la noticia, convertida en bulo electoral, que denunciaba que el certificado de nacimiento de Barack Obama era apócrifo, porque no era realmente estadounidense natural. La carrera de Trump, según se afirma, fue la que más provecho obtuvo de la manufactura y divulgación de posverdades, en lo que -también dicen- cooperó activamente la inteligencia rusa, veterana experta en gestación y divulgación propagandística de mentiras.
Muchas de las noticias-basura que están circulando en nuestra campaña electoral actual reúnen las características de las posverdades. Se acusa a ciertos candidatos de hechos desdorosos, delictuales o criminosos, contando con la certeza de que el público al que va dirigido el mensaje ya tiene sus compuertas emocionales abiertas para aceptar el bulo sin oponer dudas. Como la prensa forzosamente debe hacerse eco de lo que está corriendo como noticia, inevitablemente se convierte en vehículo de las posverdades. Mas, por donde estas suelen arrancar es en las redes sociales. Facebook, Twitter, WhatsApp, son el campo experimental donde las fábricas de embustes verifican si las posverdades que están diseñando van a tener fortuna y correr ligeras, o si no alcanzarán el objetivo. Esta técnica se organiza con el conocido paradigma de Laswell: ¿Quién dice qué? ¿A través de qué canal? ¿A quién? y, ¿Con qué efecto?
Con las posverdades se da una ecuación archi comprobada: el esfuerzo y el gasto que hay que hacer para refutar y desmentir un engaño propagado masivamente, han de ser al menos diez veces más potentes que los invertidos en echarlo a rodar. Sugiero esto: sería práctico que la publicidad electoral empleara algo verdadero de vez en cuando, para fortalecer mejor sus mentiras.
glaterza@abc.com.py