Al “gran elector” nadie lo elige como tal, nace de la influencia que logra con la posición que alcanza en su itinerario, por medio de disputas, confrontaciones y resultados favorables para su causa.
Sin embargo, no todos los líderes se animan a jugar el papel de “gran elector”, ya que con el ejercicio de este rol se juega su prestigio. Dependiendo de si gana o pierde su candidato, aumentará o perderá su prestigio ante los demás. Para que el “gran elector” sienta menos un resultado adverso a su decisión, debe haber llegado a un buen posicionamiento que le permita lograr el perdón de sus seguidores, pero no podrá evitar una dosis importante de debilitamiento en su liderazgo.
Ejemplos: Cristina Kirchner perdió y ganó, luego otra vez perdió. Horacio Cartes perdió y luego ganó. Ambos, líderes de sus partidos hegemónicos, no resistieron la tentación de probar esta vidriosa jugada. No existe garantía alguna de ganar-ganar, por eso mismo es más tentadora la apuesta por la posibilidad de ganar y aumentar el prestigio. No pocas veces el mareo de altura empuja a los líderes a dar ese paso en el vacío.
Particularmente me pareció apresurada la jugada del líder de “Yo Creo”, Miguel Prieto, de jugar el papel de “gran elector” para las elecciones municipales de Asunción. Ha logrado un impresionante triunfo en las elecciones de Ciudad del Este, ejerciendo su rol de “gran elector” (hizo ganar a su elegido), ha contribuido –con este resultado- a crecer al movimiento que lidera, ha logrado el apoyo casi unánime de la oposición a la convocatoria de Ciudad del Este, y ha aumentado su perfil de líder opositor, que sin duda alguna va en aumento.
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Sin embargo, tengo hoy –no se mañana- mis dudas de que con el grado de crecimiento de su liderazgo sea prudente que replique su rol de “gran elector” para otro municipio, que es nada menos la capital del país. No es lo mismo que haga campaña por el, o la, candidata de la oposición en Asunción, que haga campaña por una precandidata. Claro que si logra hacer ganar a su candidata en Asunción, será otro relevante golpe político hacia su carrera presidencial.
¿Y si no gana?
Deberá pagar una alta cuota de desprestigio para su liderazgo en la oposición y dará –una vez más- la excusa para que los opositores se presenten divididos en las próximas elecciones generales. La construcción de la unidad de la oposición es la tarea más frágil –pero la más necesaria- que existe, de aquí al 2028, para intentar un cambio.