Son difuntos, pero están vivos

Conmemoramos hoy el “día de las Ánimas”, de todos los Fieles Difuntos, que empezó en el siglo XI, con los monjes de Cluny, en Francia.

La muerte es una situación que nos toca profundamente, pues alguna persona entrañable ya nos ha dejado y ha terminado su carrera por este mundo.

Enfrentar la muerte de un ser amado es un cuchillo penoso, porque se queda una sensación de vacío y de dolorosa pérdida. Además, hacemos varias preguntas que no tienen respuesta.

Es una condición que genera un período de luto, de sentimientos aflictivos, hasta que terminemos aceptando la nueva realidad: esta persona querida murió y ya no está más físicamente con nosotros, y no podemos hacer absolutamente nada para revertir esto.

Sin embargo, ella vive en otra dimensión, pues nuestra alma es inmortal. Sabemos que todo lo visible es transitorio y alguna vez va a terminar, por ello, el Principito sostenía: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

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Debemos integrar en nuestra personalidad la situación humana marcada por dos características inexorables: todo pasa y todo cambia, nos guste o no, nos beneficie o no.

De ahí, puede brotar una sabiduría llena de entusiasmo: estamos peregrinando por esta tierra y somos efímeros, porque nuestra verdadera casa no es aquí y nuestra verdadera vida no es esta.

Delante de las piedras frías del cementerio, la fe en Jesucristo Resucitado calienta nuestro corazón y colma de esperanza nuestra alma, porque hay una resurrección y una victoria definitiva sobre el mal.

Hemos de comprender el generoso plan de nuestro Creador, que nos invita a participar de su vida eterna, en su casa, que es el Paraíso. Por ello, san Juan afirma: “Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. (Apoc 21). Debemos prepararnos para el misterioso día de nuestra muerte, actuando con honestidad y sencillez, como quien busca un tesoro en el cielo, y no se empantana con el materialismo. Igualmente, podemos ayudar a los hermanos ya fallecidos, especialmente ofreciéndoles la Indulgencia Plenaria, que es así: del 1 al 8 de noviembre visitar un cementerio (es la “obra premiada”) y cumplir las tres condiciones clásicas: la Confesión sacramental, rezar por las intenciones del Papa y recibir la santa Comunión. “Hoy por ti... mañana por mí...”.

Paz y bien.