Rafael Rojas Doria  

Rafael Rojas Doria acaba de cumplir 94 años para felicidad suya, de familiares, de amigos. Y sobre todo, del teatro nacional al que se entregó íntegramente. Actor de raza, desempeñó una diversidad de roles hasta que su talento le hizo optar por la comedia.

Tenía facilidad para comunicarse con el público por la puerta más difícil: la risa. Se multiplicó cuando se asoció con César Álvarez Blanco. Por muchos años, fue el dúo que llenó de risas allí donde estuviere. Como muchos humoristas, César hacía reír sin reírse. Rojas Doria se reía, contagiante, de sus propios chistes y los de su compadre.

Rojas Doria estudió en la Escuela Municipal de Arte Escénico bajo la dirección de nadie menos que Roque Centurión Miranda, actor y director que se cultivó en España de donde trajo las últimas técnicas de interpretación, dirección y pedagogía. De esa Escuela salieron muchos artistas que cimentaron el teatro nacional. Las otras canteras fueron Julio Correa, Ateneo Paraguayo, Héctor de los Ríos, Ernesto Báez.

Hay una fotografía muy difundida en la que, junto con Julio Correa, están Carlos Gómez, Ernesto Báez, Aníbal Romero, durante el ensayo seguramente de una obra de Correa. De esta fuente salieron quienes encabezaron, por muchos años, un teatro popular vigoroso que tuvo el apoyo masivo de un público con frecuencia calumniado por su “mal gusto” a igual que los artistas por alentar un “teatro fácil”. Estas mismas consideraciones alcanzaban a las Veladas y las Zarzuelas que dieron figuras de renombre a la escena nacional.

Se daba el curioso caso de que la masiva presencia del público en el teatro, de algunos sectores saltaba la crítica mordaz, a veces despiadada, contra el elenco que acaparaba los aplausos. Rojas Doria no se salvó de esta peste. La soportó de pie a igual que muchos de sus colegas cuyos nombres pronunciamos hoy con admiración y respeto.

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Lo bueno del teatro popular en los tiempos de Rojas Doria y compañía es haber acabado con una falsa solemnidad. El Teatro Municipal abría las puertas también a un público popular. Las temporadas –que eran en invierno porque la sala no estaba condicionada para el verano- se llenaban de entusiastas del teatro, vestidos para asistir, no a un acontecimiento social de lujo, sino a un acto artístico donde se sintieran a gusto, donde podían reír a carcajadas, aplaudir ruidosamente. Desde sus inicios, en Grecia, el teatro ha sido siempre popular.

En nuestro país, como es de suponer, tuvo lugar –y lo tiene- la puesta de los distintos géneros teatrales. No hay uno que sea superior a otro. La distinción se da en el trabajo, la disciplina, el talento, el entusiasmo que se pone en lo que se hace.

En el Paraguay, por los costos, no es fácil llevar adelante un proyecto artístico. Con el Fondec se ha aliviado bastante esa tarea pero no alcanza para salvar las aspiraciones de los artistas. De todos modos, –en lo que respecta al teatro- permite hoy una actividad que no para. Cada día el público tiene una oferta atractiva. Es la consecuencia lógica de muchos años de actividad y de muchos artistas que dejaron el pellejo en las salas teatrales o en escenarios improvisados. En esta tarea –común en el arte- los aplausos y las risas pasaron a ser soledad, olvido, abandono, pobreza.

Por lo menos –o por lo más- la salud será atendida conforme al compromiso de las autoridades del Instituto de Previsión Social. Es un hecho largamente esperado por los artistas que llegan al ocaso de su vida con las manos vacías después de haber sido pródigas en repartir alegría y belleza. Se dará un paso inmenso con la eliminación, en gran medida, de la humillante exhibición de las necesidades en el tema de salud.

Volviendo a Rojas Doria, su comunidad le hizo justicia. Villa Elisa construyó un teatro que lleva con orgullo el nombre del artista.

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