Son muchas las definiciones de oración, pero una de las más profundas es: “Rezar es conversar con Dios”. Aparentemente sencilla, pero oculta una inmensidad de desafíos.
Conversar con una persona es dialogar, cosa que exige hablar y escuchar, entender las motivaciones del otro y mantener el espíritu abierto. Importante: tener tiempo. Entre nosotros, seres humanos, esto no es fácil y, tratándose de Dios, es más resbaloso todavía.
Sin embargo, Jesús nos dejó su ejemplo personal, pues pasaba largos ratos orando en silencio y soledad. También los apóstoles le hicieron la arrebatada súplica: “Señor, enséñanos a orar” y en respuesta Él les enseñó el Padrenuestro.
El Evangelio de hoy cuenta una parábola, mostrando que es necesario orar sin desanimarse: una viuda va al juez inicuo y le fastidia tanto, pidiendo justicia, que el juez le atiende para librarse de su presión.
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Entonces, si hasta el ser humano delante de la insistencia del otro, muchas veces termina consintiendo, más hará el Señor, no como quien cede delante de una presión, sino como Padre amoroso que regala salud, alegría y prosperidad cuando sus hijos queridos le piden con vehemente sinceridad.
Dios quiere que recemos más, que pasemos más tiempo con Él y menos tiempo delante de las pantallas. Quiere que recemos mejor, y que esta oración cambie nuestras actitudes. La oración no puede ser solamente una búsqueda de bien estar personal, sino la búsqueda de la voluntad del Señor y la fortaleza para realizarla.
La viuda del Evangelio pide justicia al juez, y este pedido debe ser uno de los más constantes de nuestra súplica: más justicia para el país, de modo que crezca el bien común y desaparezcan las arbitrariedades.
En esta conversa franca con nuestro Creador y Redentor logramos comprender el significado de los forcejeos en nuestra vida, sea por el pan de cada día, sea por la educación de los hijos, sea por una sociedad menos violenta. Además, es en clima de oración que conseguimos dar sentido a nuestros dolores y decepciones.
Igualmente, es la oración de cualidad que nos lleva a dejar de lado las vanidades, los rencores y la codicia desmesurada, lo que representa notable liberación.
Finalmente, consideremos que hoy, 19 de octubre, celebramos el Domingo Mundial de las Misiones: recemos más por los misioneros y les ayudemos materialmente con más generosidad.
Paz y bien