Señor, auméntanos la fe

Los apóstoles se acercaron a Jesús y le hicieron la súplica que hace el hombre de todos los siglos y naciones: Emongakuaa oréve pe ore jerovia – Auméntanos la fe.

Esto significa que algo de fe ya tenemos, pero falta crecer mucho todavía, pues ella debe ser profunda y transformadora.

Realmente, creer no es tan fácil así. Estamos en un mundo que impulsa a vivir fuera de sí mismo, con tantos ajetreos y con miles de informaciones que, a veces, no sirven para casi nada. Además, un montón de “fake news” que nos despistan.

Todo esto genera una dispersión mental y un miedo del silencio interior, situaciones que no favorecen al crecimiento de la fe.

Por otro lado, está la fuerza del secularismo, que es querer construir la vida sin la presencia de Dios, pensando que con la tecnología, organigramas y mercadeos resolvemos todos los problemas.

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De modo preocupante, uno no acrecienta su fe, porque no la cultiva todos los días.

Algo que también entorpece el desarrollo de una fe adulta es el riesgo, digamos así, de un mercantilismo espiritual: “Señor, tú me haces tal cosa y yo te prendo dos velas y te rezo tres novenarios...”, pero después todo sigue tal y cual, sin cambio de actitudes.

Dios espera que tengamos una fe madura, que transporte para lejos las montañas de nuestro egoísmo, de nuestra soberbia y nos haga mejores personas. Para tanto hay que pedir todos los días: Señor, aumenta nuestra fe.

La fe es un don del Señor, una virtud teologal que nos es ofrecida como regalo, que debe ser aceptado con júbilo y responsabilidad.

Júbilo, porque genera otra visión de la existencia, del dinero, de lo que es ser importante, del éxito, del futuro y nos hace ver y sentir las cosas como el Señor las ve y siente. Esta sintonía con Dios es la experiencia más encantadora que se puede tener en la vida.

Igualmente, es responsabilidad, pues no podemos enterrar los talentos y ajustarnos a una conducta mediocre y sin ideales fraternos.

Para que nuestra creencia se incremente, nos haga personas espiritualmente fuertes y socialmente activas, es necesario reavivar el don recibido de Dios, como lo recomienda san Pablo, desplegando un estilo de vida sobrio y valiente, dando testimonio de que somos católicos y manifestando la fe con obras de honestidad.

Asimismo, hay que participar de la Santa Misa todos los domingos, pues al final de la consagración el sacerdote proclama: “Este es el misterio de nuestra fe”, y es también su mejor alimento.

Paz y bien.

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