No ser omiso

El domingo pasado Lucas nos exhortaba hacia la honestidad en el uso de los bienes y, en este, nos hace reflexionar sobre el peligro de la omisión en el empleo de nuestros recursos.

El “ype apére y” es una plaga de fácil contagio, pues da la sensación de que nos libramos de una molestia y podemos descansar.

En verdad, la cosa no es tan festiva cuanto parece, como Jesús lo demuestra en la parábola de Lázaro y el rico comilón.

El rico pasaba la vida usando ropas de marca, hacía espléndidos asados y se paseaba en vistosas camionetas. De por sí, esto no estaría mal, ya que tenía condiciones para vivir lujosamente.

El riesgo es justamente la omisión, pues no quería ver lo que pasaba alrededor suyo: “A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico”.

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El pecado de la omisión es uno de los más omitidos por los cristianos que, con frecuencia, simplemente acusan sus malas palabras, obras y pensamientos.

No desear ver y enterarse de lo que pasa dentro de la propia familia es una falta importante, porque lleva a desentenderse de las cosas, y a adoptar la pedagogía del avestruz: meter la cabeza en la tierra y decir que “no pasa nada...”.

El diálogo sincero dentro de la pareja debe ser pan de todos los días, ya que la abundancia material no suple la carencia del corazón.

En el ámbito social, olvidar la realidad buscando solucionar sus propios problemas a cualquier costo, sin poner su grano de arena para la organización de grupos intermediarios es un camino de pocos resultados.

La falta del rico epulón es cerrar sus ojos a los necesitados, pues, de cierta manera, la omisión en la caridad niega la dignidad del otro. El rico, enceguecido por las vanidades, no quería darse cuenta de nada para no comprometerse con nadie.

Ser omiso es algo que no sale gratis: Lázaro y el rico murieron y tuvieron destinos bien diferentes.

Los bienes que el Señor nos regala en su benevolencia son para ser compartidos generosamente, y jamás acaparados para el derroche individualista e indecente. Esto vale para bienes materiales, intelectuales y espirituales.

Para luchar contra la tentación de omitirnos es muy sano participar de la Santa Misa todos los domingos, pues allí, “en la fracción del pan”, Jesús nos enseña a confiar en Él, a agradecer los dones recibidos y a abrir las manos, evitando el feroz “lente hû” que fácilmente nos atrapa.

Paz y bien

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