Qué extraño destino el de Carlos Lara Bareiro, “el músico mayor del Paraguay”, al decir de su biógrafo Armando Almada Roche. En rigor, es el mismo destino ingrato que padecieron muchos compatriotas que honraron al país con la inmensidad de su talento.
Lara Bareiro es casi un extraño en su tierra. Antes de cumplir un año al frente de una dictadura feroz, el general Alfredo Stroessner dispuso, en junio de 1955, que “el músico mayor” sufriera el exilio mayor: el perpetuo. Dos años más joven que el dictador, murió dos años antes del advenimiento de la democracia. Nació en Capiatá en 1914 y murió en Buenos Aires en 1987, a la edad de 73 años.
Como algunos de los grandes músicos, Lara Bareiro integró la banda de la Policía desde 1932. Once años después, el gobierno del Brasil le concedió una beca para estudiar en la universidad de Río de Janeiro, donde estudió violín, armonía, contrapunto y fuga; composición y dirección orquestal. Fue director de la orquesta de cámara de radio Nacional del Brasil.
A su regreso, en 1951, trabajó por el nacimiento de la Orquesta Sinfónica de la Asociación de Músicos del Paraguay y la fundación de Autores Paraguayos Asociados (APA).
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Al frente de la orquesta sinfónica demostró, no sólo su excepcional aptitud, también su decisión de hacer que en el Paraguay tenga un espacio la música académica no como expresión elitista sino, al contrario, para extenderla al pueblo. Ese pueblo de sus desvelos para el que soñaba días mejores; para el que procuraba que, a través del arte, vigorice su dignidad y disfrute de la libertad.
Sensible, soñador, solidario, de firmes convicciones, Lara Bareiro se atrajo sobre sí la ira del dictador por su opción política. Fue comunista de pies a cabeza. Un comunista lejos de la imagen pintada por la barbarie que le combatía. Debajo del brazo portaba un instrumento musical; no bombas, como vociferaban los fascistas.
Bien está que el escritor y periodista, Armando Almada Roche, nos haya acercado al hombre y al artista en su verdadera dimensión. “Carlos Lara Bareiro – El músico mayor del Paraguay”, es el resultado de varias horas de diálogo con el maestro en su casa de Castelar, del Gran Buenos Aires. Es un acierto del autor el relato en primera persona. Es como si estuviésemos escuchando las palabras del gran músico y humanista. Sin duda que la transcripción tiene mucho del escritor y del periodista que maneja la palabra con solvencia y belleza; pero es fácil adivinar que detrás de ellas están el talento, la sensibilidad, la experiencia, las ilusiones, el desencanto, los aciertos, los padecimientos del maestro.
Las conversaciones tuvieron lugar “a finales o mediados de 1986”. Eran los últimos meses del maestro. Ya habían pasado 30 años de exilio. Copio este párrafo “Soy una sombra de lo que fui. No estoy llorando, sólo digo mi verdad. Mi afán no es despertar lástima (…) Seguramente yo moriré lejos de mi patria. Me lo dice el corazón. Y el corazón nunca se equivoca”. Desgraciadamente, tampoco esta vez se equivocó. Si hubiera vivido un poco más, habría visto el derrumbe de la dictadura que le ha robado, a él y al país, un futuro prometedor. Esa misma dictadura que se inició en la noche del 4 de mayo de 1954, en el instante en que el maestro Lara Bareiro dirigía la Orquesta Sinfónica de la Asociación de Músicos del Paraguay, en el Teatro Municipal. Mientras la orquesta ejecutaba la tercera sinfonía de Beethoven, conocida como “la heroica”, en el interior de la Policía los asesinos de Stroessner ejecutaban a Roberto L. Petit, recordado dirigente de la juventud colorada. Era el inicio de una larga barbarie.
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