En un país donde la “meritocracia” es pregonada como ideal, pero en la práctica no se mide en aptitudes, sino más bien “privilegios”, jóvenes “comunes” permanecen condenados a la precariedad. La falta de oportunidades es más contundente en el interior del país, donde las escasas políticas de Estado, como garantías de acceso a salud, educación y empleo, no asoman ni las narices.
Son obligados a la urbanización. Para acceder a la educación deben migrar forzosamente en busca de nuevas oportunidades. No obstante, este desplazamiento no garantiza en consecuencia el desarrollo personal y la estabilidad económica, debido a la falta de oportunidades.
En el país de los olvidos, los jóvenes son doblemente golpeados por el desinterés del Estado y del sector privado. Son el divino tesoro en época de elecciones y la mano de obra barata y desechable de las grandes empresas.
En un país joven –siendo más del 30%– se desaprovecha la gran oportunidad de desarrollo que significan las juventudes. El bono demográfico que representó en nuestro país, va camino al retorno de la estabilización, pero sin que haya generado grandes cambios en nuestras realidades. Pasaremos en décadas más, a ser una sociedad habitada por una gran cantidad de adultos mayores, que no la pasaron bien en su vida, y probablemente, sin acceso a derechos básicos ni recursos para sostenerse.
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Muy a pesar de ello, es destacable cómo ese joven doblemente marginado es protagonista en cada una de las comunidades. La doble adversidad ha construido resistencias loables en zonas como el interior de Itapúa. La participación ciudadana y el espíritu crítico de esta nueva generación de jóvenes, nos da la esperanza de que ellos podrán ser el factor de cambio que soñamos ser los de nuestras generaciones anteriores. Las organizaciones sociales y estudiantiles son encabezadas por las nuevas generaciones con gran protagonismo, por ejemplo.
Ellos buscan estrategias creativas para saltar y romper barreras absurdas contra todo pronóstico. Han potenciado habilidades que pueden ser cruciales para llegar a ese cambio deseado. De a poco, se pierde la sumisión y muestran vestigios de ser protagonistas de sus realidades. Un ejemplo claro de este punto fueron las últimas elecciones, donde hubo mayor participación y se evidenció un cambio en el modo de elegir a las autoridades.
Estos factores hacen que las propias juventudes escriban su nombre sobre el mapa y se ganen su lugar. No obstante, la falta de garantías en su derecho no es una simple desatención, sino más bien una estrategia preventiva de los poderosos que reconoce el potencial de las juventudes.
sergio.gonzalez@abc.com.py