Un “triunfo” con alto costo

La destitución de Miguel Prieto como intendente de Ciudad del Este y la renuncia de Óscar Rodríguez como intendente de Asunción son dos hechos políticos en los que se debe distinguir lo que “parece” de lo que verdaderamente “es”.

A primera vista, puede considerarse la destitución de un funcionario público como un castigo a alguien que hizo mal las cosas o que cometió un delito. En tanto, una renuncia es una decisión personal y voluntaria.

Sin embargo, en los casos de Prieto y Nenecho Rodríguez puede que la cuestión sea exactamente al revés.

Prieto eligió quedarse hasta el final, sabiendo que lo destituirían de cualquier modo, con lo cual, además de cumplir con su palabra de que no renunciaría, quedó como víctima de una mayoría cartista que le teme electoralmente. Además, su grupo político queda bien perfilado para las elecciones en las que se elegirá a su sucesor en el cargo.

En tanto, Nenecho, al renunciar, pisotea su bravuconada inicial, dejando en evidencia que su salida se debe a una presión o a una orden de su grupo político, que ya lo considera un fardo pesado de aguantar. Honor Colorado queda con la imagen de tener un justificado temor de que, si destituían a Rodríguez, se obligarían a ir a una elección con muchas posibilidades de derrota ante Kattya González, que ya había lanzado su candidatura.

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Aunque el cartismo quiera creer que salió ganando al expulsar a Prieto y sacarse de encima al lastre de Nenecho, lo cierto es que el costo en imagen ha sido alto y justamente en dos ciudades donde existe un electorado que ha dado muestras de no dejarse manejar, sino más bien ser bastante crítico.

Desde siempre, el cartismo procedió contra sus adversarios políticos procurando sacarlos del escenario político.

En 2012, Horacio Cartes fue principal operador para lograr los votos para destituir al entonces presidente Fernando Lugo.

El año pasado el cartismo utilizó su mayoría en el Senado para expulsar de su banca, sin motivos valederos, a la senadora opositora Kattya González, alguien que los molestaba por sus continuas denuncias y que ya se perfilaba como una adversaria política de riesgo a futuro.

A esta altura, la continua demostración de fuerza y arbitrariedad empieza a hartar porque, además, dejan en evidencia que la captura del poder no tiene como objetivo el bien general, sino solo el de ellos mismos, sus familias y su equipo político.

Tal vez la mayoría ya esté pensando que va siendo hora de probar otra forma de gobernar.

mcaceres@abc.com.py

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