La Perla escondida

El fenómeno turístico que emergió tras las profundas transformaciones en la capital del departamento de Itapúa, luego de la culminación de la Central Hidroeléctrica Yacyretá, no logró arrastrar bajo sus aguas a lo más valioso y perdurable de esta tierra: la calidez de su gente. Aunque muchos asocian el apelativo de “Perla del Sur” directamente con Encarnación por sus playas, su costanera y su renovada infraestructura, yo prefiero pensar que ese título encierra algo más profundo. Para mí, el verdadero tesoro escondido no está en los paisajes ni en las obras, sino en las personas que, día a día, con esfuerzo y pasión, hacen crecer esta ciudad vibrante y resiliente.

En un mundo globalizado, donde abundan las opciones de ciudades bellas y modernas, en un rincón del sur paraguayo brilla con luz propia una localidad que ha sabido reinventarse sin perder su esencia. Encarnación, abrazada por el majestuoso río Paraná, ha resurgido de una historia marcada por el desplazamiento, la reconstrucción y la esperanza. Pero su encanto no se limita a lo visible. No es solo el diseño urbano, ni los eventos internacionales que la visitan, ni siquiera sus playas que rivalizan con destinos más conocidos. Es una energía que se respira, una atmósfera que envuelve y transforma a quien la visita.

Hay una mística que rodea a esta ciudad que no se puede explicar con cifras ni estadísticas. Es una ciudad que te recibe con los brazos abiertos, que te invita a quedarte un poco más, que te hace sentir parte de algo más grande. A pesar de las carencias que aún enfrenta, su gente se entrega con generosidad al visitante. Hay un compromiso silencioso, pero firme, con el que llega a descubrir esta experiencia única. Cada año, miles de turistas pisan suelo encarnaceno y, más allá de los atractivos naturales o culturales, lo que más destacan es la calidad humana de sus habitantes. Esa hospitalidad genuina, esa sonrisa que no se finge, ese gesto amable que no busca recompensa.

A pesar de las carencias estructurales que aún persisten en la región —como la falta de un sistema de transporte público eficiente o caminos que muchas veces no están a la altura del crecimiento urbano—, lo que nunca falta es la voluntad de ayudar, de recibir, de compartir. En Encarnación, la gente se las ingenia con lo que tiene, y lo hace con una dignidad que conmueve. Esa capacidad de transformar la escasez en oportunidad, de convertir lo cotidiano en gesto solidario, es quizás uno de los rasgos más profundos de esta comunidad.

Los pobladores del sur, con su calidez, su humildad y su orgullo por su tierra, son el alma de esta ciudad. Son ellos quienes convierten a Encarnación no solo en un destino turístico, sino en una experiencia emocional. Y es por eso que, más allá de cualquier título o reconocimiento, yo seguiré creyendo que la verdadera “Perla escondida del Sur” brilla en el corazón de su gente.

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sergio.gonzalez@abc.com.py

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