En plena canícula en el Sur de Europa aumenta el flujo de inmigrantes que parten de África a bordo de embarcaciones precarias, y manejadas por mafias, llegan principalmente a las costas españolas e italianas.
Ocurre a lo largo de todo el año si el clima lo permite, pero llama más la atención cuando estos arribos coinciden con el número de veraneantes que ocupan las playas y el contraste se hace evidente.
En los últimos días la guardia civil española, en colaboración con autoridades marroquíes, hizo labores de rescate de jóvenes (algunos menores de edad) que intentaban cruzar a nado a Ceuta desde Marruecos. Los hubo que, al alcanzar la orilla, corrieron para no ser devueltos. Otros llegaron desfallecidos y tuvieron que ser atendidos.
Al mismo tiempo, llegaban a la isla siciliana de Lampedusa grupos de subsaharianos mezclados con inmigrantes de Bangladesh y Pakistán que desde Libia también se suben a estas embarcaciones que navegan en condiciones infrahumanas por el hacinamiento y el maltrato a bordo.
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Cuando los traficantes de personas ven en peligro su actividad por los operativos de los guardacostas, son capaces de arrojar por la borda a los desdichados pasajeros que pagaron por el trayecto, muchos de los cuales no saben nadar. Según la organización Missing Migrants, en 2024 unas 3.400 personas murieron en el mar rumbo a Europa.
Ciertamente es un espectáculo que sobrecoge a cualquier persona de bien que, más allá de las lógicas políticas migratorias que procuran regular la inmigración, siente compasión por quienes huyen de la pobreza y de conflictos bélicos como el que asola hoy en día a Mali.
Sin embargo, los partidos políticos de extrema derecha, que se llenan la boca defendiendo valores cristianos, hacen uso de discurso xenófobos y exentos de cualquier ápice de empatía con estas oleadas migratorias, sobre todo si se trata de personas procedentes de sociedades donde se profesa la religión musulmana. Tan radical es su mensaje populista que, paradójicamente, se enfrenta a la propia Iglesia Católica cuando ésta predica que hay que ser inclusivos con los inmigrantes que llegan en busca de un futuro mejor.
En España el partido ultraderechista Vox, cuyo líder, Santiago Abascal, pretende llevar a cabo una “reconquista” para salvar al país de un supuesto segundo dominio musulmán –al referirse al periodo que duró desde el siglo VIII al XV antes de la toma de Granada que lideraron los Reyes Católicos– arremete contra la Conferencia Episcopal y organizaciones como Cáritas por, a su juicio, ser blandos con esta supuesta invasión que, según Abascal, aspira a imponer nuevamente el islamismo.
Recientemente una de las diputadas de Vox propuso expulsar a millones de inmigrantes, y a sus descendientes nacidos en España, como solución a lo que ellos ven como una erosión de la españolidad y sus valores judeocristianos.
En la guerra sin cuartel contra los inmigrantes, Vox es abiertamente islamófobo y apunta directamente a este grupo en un país en el que las comunidades de inmigrantes más numerosas las componen los colombianos en primer lugar, seguidos por los marroquíes y en tercer lugar los venezolanos.
Siguiendo el ejemplo de los ultranacionalistas Marine Le Pen en Francia, Viktor Orbán en Hungría y Donald Trump en Estados Unidos con su soflama de “Make America Great Again”, los de Vox hacen su agosto (sobre todo entre varones jóvenes y sectores de desempleados) con un discurso lleno de falsedades acerca de los índices de criminalidad entre inmigrantes, una supuesta inseguridad ciudadana y el aparente avance del islam en las calles de España.
Son tres afirmaciones sin fundamento, pues la mayoría de los inmigrantes destaca por sus labores en el campo, en trabajos de construcción, en cuidados de personas mayores o el sector de hostelería; España sigue siendo un país con muy poco crimen violento y las comunidades que practican el islam lo hacen en sus mezquitas, hogares y centros de reunión sin presentar una gran amenaza al resto de la población.
No obstante, Vox aprovecha cualquier ocasión para demonizarlos y encender la mecha entre grupos de exaltados ultranacionalistas que, si se produce algún incidente, pretenden tomar la justicia por su mano.
En el pasado Santiago Abascal se metía con el fallecido Papa Bergoglio por su defensa de los inmigrantes que llegan a Europa. En cualquier momento hará lo mismo con el actual pontífice, pues León XIV sigue la estela de su antecesor y su labor como misionero en América Latina lo sensibiliza con los pueblos más desfavorecidos.
Desde Vox se hacen críticas a Cáritas, asegurando que está en manos de la izquierda, cuando esta organización católica desempeña una tarea encomiable asistiendo a los inmigrantes y también a los españoles necesitados que acuden a sus comedores sociales: en 2024 llegó a atender a casi 1,2 millones de personas en España.
Los de Vox quisieran que esa Iglesia que dicen defender rechazara de plano a los que se echan al mar dispuestos a jugarse la vida con tal de tener un mejor porvenir. Sobre esta retórica, el arzobispo de la localidad catalana de Tarragona, Joan Planellas, ha sido contundente: “Un xenófobo no puede ser un verdadero cristiano.” Se refiere a la cruzada de los extremistas a espaldas de ese Dios que invocan.
Gentileza Firma Press. @ginamontaner