El alma está recubierta por una capa de cera, cuyo espesor y pureza varían según los individuos, dice Platón en uno de sus diálogos. Las sensaciones y los pensamientos dejan su marca en ella. Esa marca es la huella del objeto y el medio de recordarlo. Lo que se borra, lo que se imprime débilmente, es lo primero que olvidamos. Para los antiguos griegos se trata de un don de Mnemósine, la madre de las musas.
Hoy se conoce que la memoria es un proceso psicológico complejo y fundamental para el aprendizaje y la adaptación a la vida diaria.
Con los recuerdos sucede lo mismo que con los sueños, pertenecen por esencia a una tierra incógnita. Sin entrar en cientificismos, está la memoria efímera, la memoria inmediata y está la memoria que atesora los recuerdos durante mucho más tiempo, a veces a lo largo de toda la vida. La memoria efímera es como una pizarra fácilmente borrable; de ella nos valemos para registrar todas las informaciones que necesitamos por un período breve y que una vez cumplido su cometido no se guardan, automáticamente se remiten al olvido.
La relación entre memoria y olvido es incuestionable. No podemos hablar de la memoria sin hablar del olvido. Olvidar no es malo. De hecho, es necesario y beneficioso. Imaginemos que pudiéramos recordar cada minuto y cada detalle de nuestra existencia. Sufriríamos del síndrome de Funes, el memorioso, el personaje del cuento de Borges, que podía reconstruir un día entero con total fidelidad, pero para cada reconstrucción requería otro día entero.
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No siempre lo registrado permanece estático en la memoria. Con involuntaria malicia a menudo retocamos las fotografías del pasado, y, como ocurre en varias autobiografías, las malas experiencias se borran sin quererlo y se exaltan las que nos dejan una imagen mejor.
Más jorobada puede resultar la falsa reminiscencia, con las distorsiones que provienen de mentes esquizo, con alucinaciones que generan falsos recuerdos. Por ejemplo, hay gente que puede inventar que fue abducida y sometida por los Anunnakis, que el vecindario la espía y acosa o que fue secuestrada y robada, cuando le sucedió todo lo contrario.
También vale tomar en cuenta las llamadas lagunas de la memoria, esos olvidos que suelen llamarse involuntarios y que pueden tener mucho de actos fallidos, ya que según los freudianos, lo que expulsa la memoria es todo aquello que rechaza nuestro yo más profundo.
Ya en el terreno de lo francamente patológico figura la amnesia, perturbación que podría ser pasajera, consecuencia de intoxicaciones y traumatismos, que en casos excepcionales alcanza los ribetes espectaculares de la total pérdida de identidad.
Más allá del hipocampo y las neuronas, es muy personal el territorio de la memoria. Según Gabriel García Márquez, existe la memoria del corazón, que elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.