El principio invocado es el siguiente: El poder del Estado es el que la sociedad le otorga, sumado al que el Estado lo confisca. ¿Por qué se da esta situación? Porque la sociedad no construye poder y en vez de hacerlo, lo cede a la política, terreno donde sí se construye, se lo fortalece y consolida por medio de las disputas aparentes o reales de otro invento para ceder nuestros derechos de sociedad: los partidos políticos.
El autor nos recuerda que el Estado tiene su génesis, no en elevados principios que tratan de perseguir el “bien común” y evitar algún tipo de mal imaginario presente en la naturaleza humana, sino en la expropiación y la conquista.
Así se hace eco de la observación de Voltaire de que el “arte de gobierno consiste en hacer tanto dinero como sea posible a partir de la desposesión de una clase social en favor de otra.”. A esto agreguemos el dicho que dice “sigue los rastros del dinero” –Watergate- y ya tenemos el combo completo: Estado-gobierno-partidos políticos-corrupción.
No nos damos cuenta, o tal vez no queremos hacerlo por comodidad o haraganería intelectual. El Estado expropia a estas alturas casi todos los poderes de la sociedad, al punto de negarnos ya de visualizar un estado apropiado para nuestra vida presente y futura: salud, educación, ambiente, energía, agua, tierra…todo, inclusive lugares donde congregarse y protestar.
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El caso de los supermercados Biggie, por ejemplo, ¿no era cuestión de presentarse nomás a devolver la mercadería vencida y recuperar el dinero? Ya vieron cómo reaccionó el Estado.
Si hemos de tomar en cuenta lo dicho por Voltaire y añadirle la popular frase de Garganta Profunda, de seguir los rastros del dinero, lo más probable es que en este caso también lleguemos a la ecuación: Estado-gobierno-partido-ueno.