La razón que esgrime mi amiga para alejarse de los contenidos informativos se la he escuchado a más de uno y todo se resume en el hartazgo; ese hartazgo que produce el darse cuenta de que nada cambia, nada mejora, sino todo lo contrario.
Con cada vez más estímulos que nos llevan a desconectarnos de la realidad, es difícil que alguien elija informarse y más cuando la información recurrente señala que quienes más nos perjudican son aquellos a los que supuestamente votamos para que defendieran nuestros intereses.
Y en una semana como esta, en que la noticia giró en torno a un nuevo caso de nepotismo en el Congreso, no me queda otra que darle un poco de razón a mi amiga y a muchos otros que rehúyen de la información y me pregunto si tal vez yo no haría lo mismo si no viviera de este oficio.
Porque de verdad, ya cuesta definir el sentimiento que invade el saber que en este país le va bien al que obra mal; que no es necesario prepararse para acceder a un cargo con jugoso salario o un seguro médico vip; que solo basta con ser hijo, sobrino, primo o simplemente amigo del poder de turno para estar bien, o como dicen ellos: “estar mejor”.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Y mientras los medios convocan a analistas y debaten airadamente si es un problema de izquierdas y derechas, invocando a fantasmas foráneos que quieren pervertir nuestra idiosincrasia, el ciudadano común está preso de su propia tragedia, haciendo malabares para sobrevivir un mes más.
Lo puedo entender. Informarse es un acto cuasi masoquista a estas alturas, pero sigue siendo nuestra única arma. Si elegimos vivir en la continua ignorancia de lo que sucede, ganan ellos, porque les somos útiles así: desesperanzados, sumisos e indolentes.
No olvidemos que el poder que ostentan quienes hoy gobiernan es producto de una democracia que cada cierto tiempo nos permite cambiar las cosas a través del voto; un voto que puede ser castigo o premio dependiendo de la gestión; y ello solo es posible conociendo los antecedentes de aquellos que no supieron honrar la confianza que les fue depositada.