Con cierta repulsión uno agrega a su nombre el de “senadora”, pues esta palabra evoca, o debe evocar, a una personalidad respetada por sus virtudes cívicas, alto nivel intelectual, ejemplar honradez. Solo con estos atributos es posible servir a la patria y merecer el respeto ciudadano,
Adorna a esta señora Cabrera su tierno amor a la familia. Madre, hermano, sobrinos, etc. encontraron en ella la mano angelical. Una mano que no descansa en exprimir el dinero público para el bienestar propio y familiar. “Vamos a estar mejor” fue la divisa que pronto abrazó. Apenas juró como senadora, se pasó a la fuente de la buena vida. Su instinto infalible –como el de sus compañeros “liberales” y exCruzada Nacional- la condujo al sitio exacto de la corrupción sin consecuencias políticas ni judiciales.
A raíz del nuevo escándalo de la sobrinada, la prensa y las redes sociales recordaron la hoja de vida de quien habría de convertirse en “senadora nacional”. Lo de nacional, dicho sea de paso, es un agregado que los parlamentarios se pusieron a sí mismos en la creencia de que suena mejor y serían más importantes. Los países divididos en Estados o Provincias utilizan lo “nacional” para distinguirse de los congresistas estaduales o provinciales. En ningún artículo la Constitución designa como “nacional” a senadores y diputados. Dice sencillamente: “para ser electo senador…”Para ser electo diputado…”
Bien, sigamos. La señora Cabrera se cabreó por la airada reacción pública contra sus sobrinos a quienes ubicó en un millonario sitio pagado por los contribuyentes. Los tales sobrinos, según se ha demostrado, nunca estuvieron en sus oficinas en el Congreso sino en las de la pareja de la tía. Ésta, en su defensa, leyó un discurso mal estructurado y peor leído. Varias veces subrayó la inocencia de los jóvenes. En este punto, hay que reconocerlo, tuvo razón. Son inocentes. Quien los hizo delinquir fue la propia tía. Y esto pasa con otros jóvenes a quienes se los quiere ayudar en el Parlamento. Son igualmente inocentes, pero se los echa a perder. Sus padres, senadores o diputados, en vez de iniciarlos en el trabajo honrado, les enseñan a ganar millonarias sumas a cambio de nada. O en todo caso, a cambio de su propia degradación moral.
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Con su enredado discurso, la señora Cabrera no se dirigió a sus colegas. No necesitaba tenerlos de su parte porque ya contaba con ellos. Los cartistas y satélites son muy unidos cuando se trata de salir en defensa de sus corruptos. Nadie debe tocarlos. Una larga lista de casos así lo demuestra.
Otro de los hechos que une a la señora Cabrera al cartismo es su trabajo proselitista. Hace poco, en una lujosa camioneta al servicio del Congreso, anduvo por ahí afiliando a los liberales que luego aparecerán a los pies de Honor Colorado. Suena estrafalario pero es la desgracia que acompaña a nuestra política. También la ANR anunció haber cosechado miles de afiliaciones. Me hace acordar de un dirigente colorado –colorado en serio- que había dicho con toda sabiduría: “Cada vez hay más afiliados al Partido y menos colorados”.
Este nuevo escándalo, protagonizado por la señora Cabrera, enseña la verdadera imagen del Congreso. En los interminables hechos delictivos está la dolorosa realidad de una institución que debería ser el pilar de nuestra democracia. Nunca hemos tenido un Parlamento con gente –con excepciones, que las hay- de tan bajo nivel moral e intelectual. Siempre hubo algunos, pero los actuales sobresalen por la cantidad. Pareciera como si dijeran, luego de mucho esperar, “ahora nos toca a nosotros”. En guaraní es más expresivo: “ñande haitema”. Y allí están. No se trata de clase social sino de ética.
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