Ser ricos para Dios

Saber usar el dinero y los bienes materiales es un vidrioso desafío para el ser humano. Todos padecemos la inmensa atracción que la plata ejerce en nuestras vidas, ya que su posesión trae encantadoras comodidades y enormes privilegios.

Sin embargo, trae también grandes peligros. De inicio, hay que analizar cómo se consiguen los bienes que uno tiene: será con un trabajo honesto, será robando del Estado, será con el contrabando, o tal vez ¿explotando algún semejante que pasa por necesidades?

Muchas veces la Sagrada Escritura advierte para este riesgo y, en este Evangelio, Jesús recomienda que seamos, en primer lugar, “ricos para Dios” y no estemos tan pendientes de ser ricos a los ojos del mundo, con frecuencia cosa llena de vanidades e indecencias.

Resulta que una persona se le acercó pidiendo que Él fuera juez en la disputa por su herencia, y el Señor no aceptó este papel.

Dicho sea de paso, que otro modo de acceder a fortunas es justamente a través de una herencia, y es cosa rara, infelizmente, si los herederos no se pelean entre sí, ya que cada cual quiere tragarse la parte del otro. Es curioso, o mejor, lamentable, cómo el afán del dinero puede hasta anular el afecto que debe existir entre hermanos. Y también puede anestesiar el sentido común.

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Constatamos de esta manera que la ambición desenfrenada puede enceguecer al ser humano, llevarlo por caminos de hipocresía, prepotencia y hasta homicidio.

Ser ricos para Dios es precisamente dominar esta ambición y practicar la justicia en cosas íntimas y cosas públicas. Asimismo, presentar moderación en todas sus actividades.

Enseguida, Jesús cuenta una parábola sobre un rico, cuyo campo había producido impresionante cosecha y lo que él se decía a sí mismo: “¡Alma mía! Tienes bienes almacenados para muchos años: descansa, come, ¡bebe y date buena vida!” Y continúa Jesús: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”.

Ser ricos para Dios es también vencer la avidez de acumular bienes para disfrutarlos en una vida estúpida y derrochadora. Ahí surge otro formidable problema del dinero, que es perder de vista al prójimo que pasa por diversos aprietos: es la triste victoria del jopy sobre el jopói.

Y, preguntando sobre quiénes van a gozar de los bienes acumulados por el rico, que va a morir esta noche, Jesús da la contundente indicación: no será él mismo, aunque “se mató” para conseguirlos.

Para concluir, elevemos una oración por todos los párrocos, cuyo día celebramos mañana.

Paz y bien.

hnojoemar@gmail.com

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