Lejos de los efectos de la sequía o de las inundaciones que producen pérdidas económicas a los ganaderos, el permanente robo de sus animales es el peor drama al que están expuestos constantemente estas personas. Lamentablemente no existen planes concretos que ayuden a la total eliminación de este temible mal, ni por lo menos para disminuir su impacto.
A la hora de robar, los marginales no eligen a sus víctimas; es así que últimamente y durante los meses de aislamiento que afectaron a esta región chaqueña, los pequeños productores fueron los más perjudicados debido a que por la falta de caminos los abigeos no podían llegar hasta las grandes estancias, entonces se decidían por las más cercanas a la población.
Numerosas familias, la mayoría humildes, sufren de forma permanente el robo de sus vacunos, que son comercializados en las numerosas carnicerías clandestinas que funcionan dentro de las poblaciones del departamento, sin que exista ningún tipo de control por parte de las autoridades encargadas del rubro.
Lo particular de esta familia, que decidió liquidar la hacienda agobiada por los permanentes robos que les generaban pérdidas de dinero, es el hecho de que los pocos animales que poseían eran la alegría para sus hijos, como una especie de terapia emocional.
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Los animales tenían un contacto más que especial con los niños. De allí una fotografía que causó una profunda tristeza en la familia. En ella se ve a uno de los hijos acariciar sin mayor dificultad a una vaca en el momento de la despedida, antes de que fuera alzada al camión para su venta junto con los demás vacunos, tras la drástica decisión tomada por el padre de liquidar todo el ganado.
Sin duda alguna, el negocio del abigeato goza de buena salud en el Alto Paraguay y hasta tal vez sea cierta la afirmación de los afectados de que los marginales cuentan con protección de las autoridades.
Esta vez los abigeos no solo produjeron pérdidas económicas a los ganaderos, sino que además se encargaron de frustrar la felicidad de toda una familia.
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