A nuestros gobernantes no les importan los escándalos que se han suscitado con sus hijos, esposas, esposos, sobrinos, amantes, chongos pagados por el estado paraguayo. Van por más: a la senadora Lourdes Noelia Cabrera Peters, por ejemplo, no se le movió un pelo mientras ya se ventilaban casos anteriores que cobraron estado público. Ella guardaba celosamente el secreto de dos parásitos cobrando del estado paraguayo sin trabajar. Los agravantes son tan agravados que duele que la Fiscalía no haya intervenido ya de oficio: los parásitos renunciaron, pero deben devolver cada centavo de dinero robado.
Muy convenientemente, TODOS están olvidando el caso de Perlita Leticia Paredes Acosta, hija de la entonces diputada Perla de Vázquez. El caso, descubierto gracias al trabajo de periodismo de datos de ABC Color usando el famoso Buscador del Pueblo, saltó como pororó. El 14 de julio del 2014, la señorita en cuestión fue CONDENADA por hechos de corrupción y fue OBLIGADA a devolver la módica suma de G. 500.000.000 a cambio de no ir a la cárcel. Una parte del dinero debió ser pagada en un plazo de 72 horas; el resto en cuotas durante dos años. El juez Gustavo Amarilla dictó la sentencia, y, aunque no lo crean, eran los buenos tiempos del fiscal Aldo “Canta Cincuenta” Cantero.
En todos los últimos hechos de corrupción destapados -la mayoría por la prensa, como este último detonado por colegas de Monumental y Ultima Hora- no se han abierto carpetas fiscales de investigación, o si lo hicieron, no nos enteramos. No se ha molestado demasiado a los pichones parásitos hijos de padres parásitos ni se los ha llevado frente a un Tribunal. Nadie ha devuelto dinero; la Fiscalía de Emiliano Rolón se está acostumbrando a dejar impunes casos emblemáticos. Y la ciudadanía está cada vez más frustrada: el sueldo mínimo subió en G. 100.000, los últimos parásitos descubiertos ganaban en conjunto unos 10 salarios mínimos, ¡mensualmente!
Entre los viajes del Presidente de la República y la ostentación de lujos financiados con dinero público —como en el caso del clan Zacarías—, se suman discursos huecos sobre el bienestar de la gente, que vienen justamente de quienes están más lejos de ella. Si a esto le sumamos debates sobre vestuarios de lujo y el falsísimo populismo de jactarse por tomar vino en cartón, la ciudadanía solo va juntando más rabia, frustración e impotencia. ¡Tal vez no tengamos el poder de encarcelarlos, pero tenemos el poder de NO CALLARNOS!
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