Una fiesta extravagante

Nuestro país tiene tres niveles: 1) Las personas que viven bien gracias a su esfuerzo, emprendimiento, talento, disciplina; 2) Las personas que viven bien gracias a su vocación para quedarse con el dinero del Estado en sus distintas modalidades: licitaciones tramposas, sobrefacturaciones, pagar por obras que no se hacen, etc.; 3) los que viven deslomándose en el trabajo honrado, con cuyos impuestos se alimentan los del nivel dos.

Los que viven en el nivel uno llevan una vida sobria, huyen de la frivolidad, no tiran su dinero en vanidades; no buscan impresionar a nadie con su riqueza; viven con sencillez. Valoran el dinero porque lo consiguen trabajando.

Los del nivel dos son muy distintos: ruidosos, exhibicionistas, buscan llamar la atención, gastan el dinero alocadamente porque nada les cuesta conseguir. Hoy tiran la casa por la ventana a sabiendas de que mañana la van a recuperar de cualquier manera. Siempre el Estado tiene cosas que comprar o se le hace creer que compra. Nuestros corruptos gustan de mostrarnos que lo son; como tienen mal gusto, no pasan inadvertidos en ningún caso. Tienen adherentes –no amigos- porque son obsequiosos. Regalan empleo público porque el salario no sale de sus bolsillos, para eso están los del nivel tres. Como tienen dinero, y además poder político, están por encima de los demás, saben que nadie se animará a pedirles rendición de sus gastos, muy por encima del sueldo que perciben.

Las instituciones del Estado están en manos del nivel dos. O sea, de la corrupción, por eso nada se puede investigar; quienes deben hacerlo están igualmente en el mismo círculo matándose de risa de los plagueos de la gente del nivel tres. Saben que las débiles reacciones de las víctimas no tendrán consecuencias políticas ni judiciales. Como están seguros, hasta se permiten burlarse de sus compatriotas que viven en la pobreza. Una pobreza que en muchos casos se debe a los de arriba. O sea, si estos fuesen honestos habría menos pobres. Menos pobres no les convienen. Se reduciría la cantidad de votos que comprar y menos promesas de una vida mejor. Habrá menos personas que engañar.

Todo esto, y mucho más, suceden porque –reiteramos- no se castiga la delincuencia cuando viene de arriba. Además, irónicamente, están blindados por la democracia porque saben –como lo dijo recientemente el escritor Sergio Ramírez- que “la lucha armada no es una opción para las fuerzas democráticas (…) saben que cualquiera que sea el tamaño de las movilizaciones populares en su contra, las reprimirán impunemente” o no les hará cambiar de comportamiento.

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Nuestra sociedad civil es débil para enfrentarse con éxito a sus enemigos que la tienen secuestrada, impotente, engañada. Y es débil solo porque no tiene conciencia de su fuerza y porque permite que la dividan con dádivas.

El caso del reciente escándalo del fastuoso cumpleaños de 15 encontró en la opinión pública un masivo rechazo. Los Zacarías Irún resistieron porque saben que tan justa reacción no se convertirá en votos y que el escándalo será pronto sepultado por otro escándalo. Tal vez se hayan molestado un poco, pero protegidos por las funciones estatales y partidarias de sus invitados no tienen que rendir cuenta de sus excesos económicos. Ninguna entidad de control del dinero público les molestará con la pregunta de dónde provinieron tantos recursos.

Cuando a la diputada Abed se le preguntó acerca de la fastuosa fiesta, se negó a responder porque no iba a exponer, dijo, a una menor de edad. Pero quienes la expusieron fueron sus padres. Organizaron la fiesta para ellos mismos, para encandilar a sus amigos a quienes la niña no había conocido antes. Tal vez a algunos de ellos habrá visto en la sección de judiciales de la prensa.

Nadie hubiera dicho nada de una fiesta normal de cumpleaños, de una fiesta de gente adinerada pero no extravagante.

alcibiades@abc.com.py

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