El “común” —en la definición del excongresista liberal Carlos Portillo— siente el advenimiento de nuevas elecciones, no porque siga a una figura política elocuente que llegará al poder a resolver eternos problemas en la región sino por el encarecimiento del acceso a los servicios, garantía para sus derechos y calidad de vida en la ciudad.
Las batallas de egos entre politiqueros que buscan llegar al poder contaminan cualquier espacio que podría ser verdaderamente beneficioso para la ciudad y sus pobladores.
Desde la llegada de la Alianza a la administración municipal el clima político en la región cambió. Los colorados aprendieron a la fuerza a ser oposición, mientras que la gestión municipal —con luces y muchas sombras— transitó un camino plagado de obstáculos. Más allá de coincidir o no con la línea de gestión, la alternancia propició un nuevo escenario.
Sin embargo, cualquier iniciativa, ya sea oficialista u opositora, tiende a ser bloqueada con tal de restar méritos al adversario. Y, en el medio, se truncan proyectos clave, como la mejora del transporte público, la puesta en marcha de la nueva planta asfáltica o el fortalecimiento de servicios como la recolección de basura. En consecuencia, el único perjudicado es el ciudadano “común”.
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La batalla por las próximas elecciones recién comienza y el panorama se ve complejo: el Partido Colorado, inmerso en una interna tan fraccionada que se evidencia en las ocho figuras que presenta para la Intendencia, y la Alianza, enfrascada en una posible crisis con el Partido Liberal.
En ese mar de indecisiones e incertidumbre por lo que se pueda definir para el 2026, la ciudad está en pausa. Baches que “adornan” las calles del microcentro, pésimo servicio de transporte público y falta de oportunidades para los más necesitados siguen siendo parte de la realidad en la “Perla del Paraguay”.
En esta guerra cíclica, mientras los políticos se arman para la próxima batalla, ya sabemos quién perderá, una vez más: el encarnaceno común.