Elegir la mejor parte

Jesús sigue su camino hacia Jerusalén predicando la Buena Nueva del Reino, sanando a los enfermos y motivando a las personas a superarse a sí mismas.

En cierta oportunidad entró en casa de sus amigos, que eran tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Las dos hermanas toman actitudes distintas delante de este visitante tan camarada.

Marta establece como su prioridad arreglar las cosas de la casa, preparar la cocina y se deja llevar por mil quehaceres. Por otro lado, María se pone a los pies de Jesús para escucharlo y dialogar con él.

Delante de la queja de Marta de que su hermana no le ayudaba, Jesús le dijo: “Una sola cosa es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.

Son los dos desafíos del hombre moderno: hay que luchar por la vida, pagar las cuentas, reformar la casa, cuidar de los hijos, adelantarse en los estudios, mejorar la posición laboral y tantas otras carreras.

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Por otro lado, está la necesidad de parar, de reflexionar, de conocerse más a sí mismo, compartir con los demás y tener tiempo para contemplar las obras de Dios, de entender su modo de actuar y disfrutar las maravillas de su Amor siempre generoso.

La gran tentación es apresurarse en la acción, aumentar los ajetreos y casi vivir “fuera de sí mismo”, o dicho con toda claridad: caer en la enfermedad del activismo, hasta verse obligado a detenerse por el estrés, la depresión, una crisis de pánico o un desastre familiar.

La disyuntiva entre acción y contemplación no debería ser un problema, especialmente si consideramos lo que enseña Stephen Covey acerca de las personas altamente efectivas: “Establezca primero lo primero”.

Lo primero en nuestra vida tiene que ser Jesucristo y sus valores, pues es una verdad contundente: cuando Dios está en primer plano, todas las otras cosas van para el lugar correcto. La sabiduría de los monasterios ya guiaba al equilibrio: “Ora y labora”.

A la par, cuando el Señor es postergado, entonces se colocan en su lugar otras cosas, que tarde o temprano se mostrarán como ídolos tiránicos, que finalmente dañan al ser humano.

De ninguna manera Jesús está elogiando la pereza o la falta de iniciativa, pero desea que le escuchemos más y, transformados por sus criterios de fraternidad y justicia, luchemos para restaurar el ambiente en que nos toca vivir y trabajar.

Esta es la mejor parte, que debe estar en primer lugar: escuchar y seguir a Cristo, privilegio que nunca nos será quitado.

Paz y bien

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